2 Sam. 1: 13-27.
¡Cómo han caído los valientes, han perecido las
armas de guerra! (2 Sam. 1: 27).
Dos veces había tenido David a Saúl en su poder;
pero cuando se le exhortó a que le diera muerte, se negó a levantar la mano
contra el que había sido consagrado por orden de Dios para gobernar a Israel. .
.
El dolor de David por la muerte de Saúl era sincero
y profundo; y revelaba la generosidad de una naturaleza noble. No se alegró de
la caída de su enemigo. El obstáculo que había impedido su ascensión al trono
de Israel había sido eliminado, pero no se regocijó por ello. La muerte había
borrado por completo todo recuerdo de la desconfianza y crueldad de Saúl, y de
su historia David recordaba sólo lo que era regio y noble. El nombre de Saúl
iba vinculado con el de Jonatán, cuya amistad había sido tan sincera y tan
desinteresada (Patriarcas y Profetas, págs. 752, 753).
Jonatán, que por nacimiento era heredero del trono,
sabía que había sido privado de él por decreto divino; fue el más tierno y fiel
amigo de David, su rival, y lo protegió a riesgo de su vida; fue fiel a su
padre durante los días sombríos de la decadencia de su poder, y cayó al fin a
su lado. El nombre de Jonatán está atesorado en el cielo, y en la tierra es un
testimonio de la existencia y del poder del amor abnegado (La Educación, págs.
151, 152).
El canto en que David derramó los sentimientos de
su corazón, llegó a ser un tesoro para la nación, y para el pueblo de Dios en
las generaciones sucesivas: "¡Cómo han caído los valientes en medio de la
batalla! ¡Jonatán, muerto en tus alturas! Angustia tengo por ti, hermano mío
Jonatán, Que me fuiste muy dulce. Más maravilloso me fue tu amor, que el amor
de las mujeres. ¡Cómo han caído los valientes, Y perecieron las armas de guerra!"
(Patriarcas y Profetas, pág. 753). 176
AUDIO: https://youtube.com/playlist?list=PLVsLdOIe7sVv0TqLpoxs-QMolo4klb4mZ
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