Mat. 14:3-12.
Y no temáis a los que matan el
cuerpo, más el alma no pueden matar; temed más bien a aquel que puede destruir
el alma y el cuerpo en el infierno. (Mat. 10:28).
Para muchos, un profundo misterio
rodea la suerte de Juan el Bautista. Se preguntan por qué se le debía dejar
languidecer y morir en la cárcel.
Nuestra visión humana no puede
penetrar el misterio de esta sombría providencia; pero ésta no puede conmover
nuestra confianza en Dios cuando recordamos que Juan no era sino partícipe de
los sufrimientos de Cristo. . .
Jesús no se interpuso para librar
a su siervo. Sabía que Juan soportaría la prueba.
Gozosamente habría ido el
Salvador a Juan, para alegrar la lobreguez de la mazmorra con su presencia. Pero
no debía colocarse en las manos de sus enemigos, ni hacer peligrar su propia
misión.
Gustosamente habría librado
a su siervo fiel. Pero por causa de los millares que en años ulteriores debían
pasar de la cárcel a la muerte, Juan había de beber la copa del martirio.
Mientras los discípulos
de Jesús languideciesen en solitarias celdas, o pereciesen por la espada, el
potro o la hoguera. . . ¡qué apoyo iba a ser para su corazón el pensamiento de
que Juan el Bautista, cuya fidelidad Cristo mismo había atestiguado, había
experimentado algo similar!
Se le permitió a Satanás abreviar
la vida terrenal del mensajero de Dios; pero el destructor no podía alcanzar
esa vida que "está escondida con Cristo en Dios" (Col. 3:3). Se
regocijó por haber causado pesar a Cristo; pero no había logrado vencer a Juan.
La misma muerte le puso para siempre fuera de alcance de la tentación. . .
DIOS
no conduce nunca a sus hijos de otra manera que la que ellos elegirían si
pudiesen ver el fin desde el principio, y discernir la gloria del propósito que
están cumpliendo como colaboradores suyos.
Ni Enoc, que fue trasladado al
cielo, ni Elías, que ascendió en un carro de fuego, fueron mayores
o más honrados que Juan el Bautista, que pereció solo en la mazmorra. "A
vosotros es concedido por Cristo, no sólo que creáis en él, sino también que
padezcáis por él" (Fil. 1:29).
Y DE TODOS LOS DONES que el Cielo
puede conceder a los hombres, la comunión con Cristo en sus sufrimientos es el
más grave cometido y el más alto honor (El Deseado de Todas las Gentes, págs.
195-197). 279
AUDIO: https://youtube.com/playlist?list=PLVsLdOIe7sVtT21nhSgD_Z_FAGjKRFGfN
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