Gén. 2: 8-15.
Tomó, pues, Jehová Dios al hombre, y lo puso en el huerto del Edén, para que lo labrara y lo guardase. (Gén. 2: 15).
Aunque todo lo que hizo Dios tenía la perfección de la belleza, y nada que contribuyese a la felicidad de Adán y Eva parecía faltar, sin embargo manifestó su gran amor plantando un huerto especialmente para ellos. Parte de su tiempo estaría ocupado en la hermosa tarea de labrarlo, y otra parte en recibir la visita de los ángeles, escuchar sus instrucciones, y meditar gozosamente. Su ocupación no era cansadora, sino agradable y vigorizadora. Ese hermoso huerto sería su hogar.
En ese huerto el Señor puso árboles de toda variedad, útiles y hermosos. Los había cargados de fragantes y deliciosas frutas, hermosas a la vista y agradables al gusto, puestas por Dios para que sirvieran de alimento a la santa pareja. Estaban las hermosas vides que crecían rectas, con sus sarmientos inclinados bajo el peso de la fruta, que en nada se parecían a lo que el hombre ha visto desde el diluvio. Los frutos eran muy grandes y de diferentes colores; algunos casi negros, otros púrpura, rojos, rosados y verde claro. Las hermosas y abundantes frutas que había en los sarmientos de las vides se llamaban uvas. No se arrastraban por el suelo, a pesar de no estar sostenidas por enrejados, pero el peso de la fruta las hacía inclinar.
Era el placentero trabajo de Adán y Eva formar cenadores con los sarmientos de esas vides, y prepararlas, formando moradas naturales con los hermosos árboles vivos cubiertos de follaje y fragantes frutos (The Story of Redemption, págs. 21, 22).
Dios quería que el hombre hallase felicidad en su ocupación: el cuidado de las cosas que había creado, y que sus necesidades fuesen suplidas por los frutos de los árboles que había en el huerto.
Si la dicha hubiese consistido en estarse sin hacer nada, el hombre, en su estado de inocencia, habría sido dejado sin ocupación.
Pero el que creó al hombre sabía qué le convenía para ser feliz; tan pronto como lo creó le asignó su trabajo. La promesa de la gloria futura y el decreto de que el hombre debe trabajar para obtener su pan cotidiano provinieron del mismo trono (El Hogar Cristiano, pág. 23). 13
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