Neh. 3.
E inmediato a ellos restauraron los tecoítas; pero
sus grandes dones no se prestaron para ayudar a la obra de su Señor. (Neh. 3:5).
Los sacerdotes se encontraron entre los primeros en
contagiarse del espíritu de celo y fervor que manifestaba Nehemías. Debido a la
influencia que por su cargo ejercían, estos hombres podían hacer mucho para
estorbar la obra o para que progresase; y la cordial cooperación que le
prestaron desde el mismo comienzo contribuyó no poco a su éxito.
La mayoría de los príncipes y gobernadores de
Israel cumplieron noblemente su deber, y el Libro de Dios hace mención honorable
de estos hombres fieles. Hubo, sin embargo, entre los grandes de los tecoítas,
algunos que "no prestaron su cerviz a la obra de su Señor". La
memoria de estos siervos perezosos quedó señalada con oprobio y se transmitió
como advertencia para todas las generaciones futuras.
En todo movimiento religioso hay quienes, si bien
no pueden negar que la causa es de Dios, se mantienen apartados y se niegan a
hacer esfuerzo alguno para ayudar.
Convendría a los tales recordar lo anotado en el
cielo, en el libro donde no hay omisiones ni errores, y por el cual seremos
juzgados. Allí se registra toda oportunidad de servir a Dios que no se
aprovechó; y allí también se recuerda para siempre todo acto de fe y amor.
El ejemplo de aquellos tecoítas tuvo poco peso
frente a la influencia inspiradora de Nehemías. El pueblo en general estaba animado
de patriotismo y celo.
Hombres de capacidad e influencia organizaron en
compañías a las diversas categorías de ciudadanos, y cada caudillo se hizo
responsable de construir cierta parte de la muralla. Acerca de algunos, se ha
dejado escrito que edificaron "cada uno enfrente de su casa".
Tampoco disminuyó la energía de Nehemías una vez iniciado el trabajo. Con incansable vigilancia supervisaba la construcción, dirigía a los obreros, notaba los impedimentos y atendía a las emergencias. . . En sus muchas actividades, Nehemías no olvidaba la Fuente de su fuerza. Elevaba constantemente su corazón a Dios, el gran Sobreveedor de todos. "El Dios de los cielos -exclamaba- él nos prosperará"; y estas palabras, repetidas por los ecos del ambiente, hacían vibrar el corazón de todos los que trabajaban en la muralla (Profetas y Reyes, págs. 471-473). 266
AUDIO: https://youtube.com/playlist?list=PLVsLdOIe7sVswLr4ZSa1m-evMmN8QvZQo
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