Bienaventurados sois
cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal
contra vosotros, mintiendo. Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es
grande en los cielos; porque así persiguieron a los profetas que fueron antes
de vosotros. (Mat. 5:11,12).
Juan vivió hasta ser
muy anciano. Fue testigo de la destrucción de Jerusalén y de la ruina del
majestuoso templo. Como último sobreviviente de los discípulos que estuvieron
íntimamente relacionados con el Salvador, su mensaje tenía gran influencia
cuando manifestaba que Jesús era el Mesías, el Redentor del mundo. . .
Los gobernantes judíos
estaban llenos de amargo odio contra Juan por su inmutable fidelidad a la causa
de Cristo. Declararon que sus esfuerzos contra los cristianos no tendrían
resultado mientras el testimonio de Juan repercutiera en los oídos del pueblo. Para
conseguir que los milagros y enseñanzas de Jesús pudiesen olvidarse, había que
acallar la voz del valiente testigo.
Con este fin, Juan fue
llamado a Roma para ser juzgado por su fe. Allí, delante de las autoridades,
las doctrinas del apóstol fueron expuestas erróneamente. Testigos falsos le
acusaron de enseñar herejías sediciosas. . . Juan se defendió de una manera
clara y convincente. . . Pero cuanto más convincente era su testimonio, tanto
mayor era el odio de sus opositores. El emperador Domiciano estaba lleno de
ira. No podía refutar los razonamientos del fiel abogado de Cristo, ni competir
con el poder que acompañaba su exposición de la verdad; pero se propuso hacer
callar su voz.
Juan fue echado en una caldera de aceite hirviente; pero el Señor preservó la vida de su fiel siervo, así como protegió a los tres hebreos en el horno de fuego. Mientras se pronunciaban las palabras: Así perezcan todos los que creen en ese engañador, Jesucristo de Nazaret.
Juan declaró: Mi Maestro se sometió pacientemente a todo lo que hicieron Satanás y sus ángeles para humillarlo y torturarlo. Dio su vida para salvar al mundo. Me siento honrado de que se me permita sufrir por su causa.
Soy un hombre débil y pecador. Solamente Cristo fue santo, inocente e
inmaculado. No cometió pecado, ni fue hallado engaño en su boca. Estas palabras
tuvieron su influencia, y Juan fue retirado de la caldera por los mismos
hombres que lo habían echado en ella (Los Hechos de los Apóstoles, págs. 454,
455). 362
AUDIO: https://youtube.com/playlist?list=PLVsLdOIe7sVvQnidnl6ZCzniWTnmgWgMf
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