No temas en nada lo que
vas a padecer. He aquí el diablo echará algunos de vosotros en la cárcel, para
que seas probados. . . Sé fiel hasta la muerte y yo te daré la corona de la
vida. (Apoc. 2:10).
Por decreto del
emperador, [Juan] fue desterrado a la isla de Patmos, condenado "por la
palabra de Dios y el testimonio de Jesucristo" (Apoc. 1:9). Sus enemigos
pensaron que allí no se haría sentir más su influencia, y que finalmente
moriría de penurias y angustias.
Patmos, una isla árida
y rocosa del mar Egeo, había sido escogida por las autoridades romanas para
desterrar allí a los criminales; pero para el siervo de Dios esa lóbrega
residencia llegó a ser la puerta del cielo.
Allí, alejado de las
bulliciosas actividades de la vida, y de sus intensas labores de años
anteriores, disfrutó de la compañía de Dios, de Cristo y de los ángeles del
cielo, y de ellos recibió instrucciones para guiar a la iglesia de todo tiempo
futuro...
Entre los riscos y
rocas de Patmos, Juan mantuvo comunión con su Hacedor. Repasó su vida pasada,
y, al pensar en las bendiciones que había recibido, la paz llenó su corazón. .
.
En su aislado hogar,
Juan estaba en condiciones, como nunca antes, de estudiar más de cerca las
manifestaciones del poder divino, conforme están registradas en el libro de la
naturaleza y en las páginas de la inspiración. . .
En años anteriores sus
ojos habían observado colinas cubiertas de bosques, verdes valles, llanuras
llenas de frutales; y en las hermosuras de la naturaleza siempre había sido su
alegría rastrear su sabiduría y la pericia del Creador. Ahora estaba rodeado
por escenas que a muchos les hubiese parecido lóbregas y sin interés; pero para
Juan era distinto.
Aunque sus alrededores
parecían desolados y áridos, el cielo azul que se extendía sobre él era tan
brillante y hermoso como el de su amada Jerusalén. En las desiertas y
escarpadas rocas, en los misterios de la profundidad, en las glorias del
firmamento, leía importantes lecciones. Todo daba testimonio del poder y la
gloria de Dios. . .
Al mirar las rocas recordaba a Cristo: la Roca de su fortaleza, a cuyo abrigo podía refugiarse sin temor. Del apóstol desterrado en la rocosa Patmos subían los más ardientes anhelos de su alma por Dios, las más fervientes oraciones.
(Los Hechos de los
Apóstoles, 456, 457). 363
AUDIO: https://youtube.com/playlist?list=PLVsLdOIe7sVvQnidnl6ZCzniWTnmgWgMf
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