Y hasta la vejez yo
mismo, y hasta las canas os soportaré yo; yo hice, yo llevaré, yo soportaré y
guardaré. (Isa. 46:4).
La historia de Juan nos proporciona una notable ilustración de cómo Dios puede usar a los obreros de edad. Cuando Juan fue desterrado a la isla de Patmos, muchos le consideraban incapaz de continuar en el servicio, y como una caña vieja y quebrada, propensa a caer en cualquier momento.
Pero el Señor juzgó conveniente usarle todavía.
Aunque alejado de las escenas de su trabajo anterior, no dejó de ser un testigo
de la verdad. Aun en Patmos se hizo de amigos y conversos. Su mensaje era de
gozo, pues proclamaba un Salvador resucitado...
La más tierna
consideración debe abrigarse hacia aquellos cuyos intereses durante toda la
vida estuvieron ligados a la obra de Dios. Esos obreros ancianos han
permanecido fieles en medio de tormentas y pruebas. Pueden tener achaques, pero
aún poseen talentos que los hacen aptos para ocupar su lugar en la causa de
Dios. Aunque gastados e imposibilitados de llevar las pesadas cargas que los
más jóvenes pueden y deben llevar, el consejo que pueden dar es del más alto
valor.
Pueden haber cometido
equivocaciones, pero de sus fracasos aprendieron a evitar errores y peligros y,
¿No Serán Por Lo Tanto Competentes Para Dar Sabios Consejos? Sufrieron pruebas
y dificultades y aun cuando perdieron parte de su vigor, el Señor no los pone a
un lado. Les da gracia especial y sabiduría. . . El Señor desea que los obreros
más jóvenes logren sabiduría, fuerza y madurez por su asociación con esos
hombres fieles. . .
A medida que los que
han gastado su vida en el servicio de Cristo se acercan al fin de su ministerio
terrenal, serán impresionados por el Espíritu Santo a recordar los incidentes
por los cuales han pasado en relación con la obra de Dios. El relato de su
maravilloso trato con su pueblo, su gran bondad al librarlos de las pruebas,
debe repetirse a los que son nuevos en la fe.
Dios desea que los
obreros ancianos y probados ocupen su lugar y hagan su parte para impedir que
los hombres y mujeres sean arrastrados hacia abajo por la poderosa corriente
del mal; desea que tengan puesta su armadura hasta que él les mande deponerla
(Los Hechos de los Apóstoles, págs. 457-459). 364
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