De Jehová es la tierra y su plenitud; el mundo, y los que en él habitan. Porque él la fundó sobre los mares, y la afirmó sobre los ríos. (Salmos 24:1,2).
En todas las cosas creadas se ve el sello de la Deidad.
La naturaleza da testimonio de Dios.
La mente sensible, puesta en contacto con el milagro y el misterio del universo, no puede dejar de reconocer la obra del poder infinito.
La producción abundante de la tierra y el movimiento que efectúa año tras año alrededor del sol, no se deben a su energía inherente.
Una mano invisible guía a los planetas en el recorrido de sus órbitas celestes.
Una vida misteriosa satura toda la naturaleza: una vida que sostiene los innumerables mundos que pueblan la inmensidad; que alienta al minúsculo insecto que flota en el céfiro estival; que sostiene el vuelo de la golondrina y alimenta a los pichones de cuervos que graznan; que hace florecer el pimpollo y convierte en fruto la flor.
El mismo poder que sostiene la naturaleza, obra también en el hombre.
Las mismas grandes leyes que guían igualmente a la estrella y al átomo, rigen la vida humana.
Las leyes que gobiernan la acción del corazón para regular la salida de la corriente de vida al cuerpo, son las leyes de la poderosa Inteligencia que tiene jurisdicción sobre el alma.
De esa Inteligencia procede toda la vida.
Únicamente en la armonía con Dios se puede hallar la verdadera esfera de acción de la vida.
La condición para todos los objetos de su creación es la misma: una vida sostenida por la vida que se recibe de Dios, una vida que esté en armonía con la voluntad del Creador.
Transgredir su ley, física, mental o moral, significa perder la armonía con el universo, introducir discordia, anarquía y ruina.
Toda la naturaleza se ilumina para aquel que aprende así a interpretar sus enseñanzas; el mundo es un libro de texto; la vida, una escuela.
La unidad del hombre con la naturaleza y con Dios, el dominio universal de la ley, los resultados de la transgresión, no pueden dejar de hacer impresión en la mente y modelar el carácter...
Hasta donde sea posible, colóquese al niño, desde su más tierna edad, en situación tal que se abra ante él este maravilloso libro de texto.
Contemple él las gloriosas escenas pintadas por el gran Artista maestro en las telas variables de los cielos... observe los misterios revelados por las diversas estaciones y aprenda del Creador en todas sus obras.
De ningún otro modo puede ponerse con tanta firmeza y seguridad el cimiento de una verdadera educación.
Sin embargo, hasta el niño, al ponerse en contacto con la naturaleza, hallará causas de perplejidad.
No puede dejar de reconocer la obra de fuerzas antagónicas.
En esto la naturaleza necesita un intérprete.
Al ver el mal manifiesto hasta en el mundo natural, todos tienen que aprender la misma triste lección: "Un enemigo ha hecho esto" (Mateo 13:28).
Sólo se puede leer debidamente la enseñanza de la naturaleza a la luz que procede del Calvario. -La educación, págs. 99-101. RJ 128/EGW/MHP 129
AUDIO. https://www.youtube.com/watch?v=s71-4jV4s0s&list=PLtrFh-HO7ogCN7TYCzWFldOpHDCN8XOF7&index=2&pp=sAQB
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