Gén. 22: 1-14.
Por la fe Abraham, cuando fue probado, ofreció a Isaac; y el que había recibido las promesas ofrecía su unigénito. . . pensando que Dios es poderoso para levantar aun de entre los muertos. (Heb. 11:17-19).
Dios había llamado a Abraham para que fuese el padre de los fieles, y su vida había de servir como ejemplo de fe para las generaciones futuras. Pero su fe no había sido perfecta. Había manifestado desconfianza para con Dios al ocultar el hecho de que Sara era su esposa, y también al casarse con Agar. Para que pudiera alcanzar la norma más alta, Dios le sometió a otra prueba, la mayor que se haya impuesto jamás a hombre alguno (Patriarcas y Profetas, pág. 143).
El Señor le habló diciendo: "Toma ahora tu hijo, tu único, Isaac, a quien amas. . . y ofrécelo. . . en holocausto". El corazón del anciano se paralizó de horror. La pérdida de ese hijo por alguna enfermedad habría partido el corazón del amante padre y el pesar habría doblegado su encanecida cabeza; pero ahora se le ordenaba que derramase con su propia mano la sangre preciosa de aquel hijo. Eso le parecía una terrible imposibilidad. Sin embargo, Dios había hablado, y él debía obedecer a su palabra. Abraham estaba cargado de años, pero esto no lo dispensaba del cumplimiento del deber. Empuñó el bordón de la fe, y con muda agonía tomó de la mano a su hijo, hermoso y sonrosado, lleno de salud y juventud, y salió para obedecer a la palabra de Dios. . .
Abraham no se detuvo a preguntar cómo se cumplirían las promesas de Dios si se daba muerte a Isaac. No se detuvo a razonar con su corazón dolorido, sino que ejecutó la orden divina al pie de la letra, hasta que, precisamente cuando estaba por hundir su cuchillo en las palpitantes carnes del joven, recibió la orden: "No extiendas tu mano sobre el muchacho. . . que ya conozco que temes a Dios, pues que no me rehusaste tu hijo, tu único" (Joyas de los Testimonios, tomo 1, págs. 486, 487).
Este acto de fe de Abraham ha sido registrado para nuestro beneficio. Nos enseña la gran lección de confiar en los requerimientos de Dios, por severos y crueles que parezcan; y enseña a los hijos a someterse enteramente a sus padres y a Dios. Por la obediencia de Abraham se nos enseña que nada es demasiado precioso para darlo a Dios (Id., pág. 353). 57
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