1 Sam. 22.
Todos vosotros [conspiráis] contra mí. . . y no
[hay] entre vosotros quien se compadezca de mí. (1 Sam. 22: 8, VM).
El espíritu del mal estaba sobre Saúl. Sentía que
su condenación había sido sellada por el mensaje solemne de su exclusión del
trono de Israel. Su separación de los sencillos requerimientos de Dios estaba
trayendo sus seguros resultados. El no volvió ni se arrepintió y humilló su
corazón delante de Dios, sino que lo abrió para recibir toda sugerencia del
enemigo. Prestó oído a todo testigo falso recibiendo ansiosamente cualquier
cosa que empequeñeciera el carácter de David, esperando encontrar una excusa
para manifestar su envidia y odio crecientes hacia el que había sido ungido
para ocupar el trono de Israel. Daba crédito a cada rumor, sin tener en cuenta
lo inconsistente e irreconciliable que fuese con el carácter y las costumbres
anteriores de David.
Cada evidencia de que el cuidado protector de Dios
estaba sobre David parecía amargar y profundizar su único propósito fijo. En
contraste marcado aparecía el fracaso en llevar a cabo sus propios designios
con el éxito del fugitivo en eludir su búsqueda, pero esto sólo hacía más
inflexible y firme la determinación del rey. No se cuidaba de ocultar sus propósitos
hacia David, ni tenía escrúpulos en cuanto a los medios a emplear para llevar a
cabo su propósito.
No era con el hombre David, que no le había hecho
ningún daño, contra quien el rey estaba contendiendo. Estaba en controversia
con el Rey del cielo; porque cuando se permite que Satanás dirija la mente para
que no sea gobernada por Jehová, él la conducirá de acuerdo con su voluntad,
hasta que el hombre que se encuentra así bajo su poder se convierte en un
agente eficaz para llevar a cabo sus designios. Tan amarga es la enemistad del
gran originador de pecado contra los propósitos de Dios, tan terrible es su
poder para el mal, que cuando los hombres cortan su conexión con Dios, Satanás
influye sobre ellos y sus mentes son sujetadas cada vez más, hasta que desechan
el temor de Dios y el respeto a los hombres, volviéndose atrevidos y enemigos
declarados de Dios y su pueblo. Dios odia todo pecado, y cuando el hombre
rehúsa persistentemente todo el consejo del Cielo, se lo abandona a los engaños
del enemigo (SDA Bible Commentary, tomo 2, pág. 1019). 166
AUDIO: https://youtube.com/playlist?list=PLVsLdOIe7sVuozPJtDXwpVnSKXr1hJGB-
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