Y
dijo a Jesús: Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino. (Lucas 23:42).
Durante su agonía sobre la cruz, llegó a Jesús un rayo de consuelo.
Fue la petición del
ladrón arrepentido.
Los
dos hombres crucificados con Jesús se habían burlado de El al principio; y por
efecto del padecimiento uno de ellos se volvió más desesperado y desafiante.
Pero no sucedió así con su compañero.
Este hombre no era un criminal empedernido. Había sido extraviado por las malas
compañías, pero era menos culpable que muchos de aquellos que estaban al lado
de la cruz vilipendiando al Salvador.
Había
visto y oído a Jesús
y se había convencido por su enseñanza, pero había sido desviado de El por los
sacerdotes y príncipes. Procurando ahogar su convicción, se había hundido más y
más en el pecado, hasta que fue arrestado, juzgado como criminal y condenado a
morir en la cruz.
En el tribunal y en el camino al Calvario, había
estado en compañía de Jesús. Había oído a Pilato declarar: "Ningún delito
hallo en él". (Juan 19:4).
Había
notado su porte divino
y el espíritu compasivo de perdón que manifestaba hacia quienes le
atormentaban. En la cruz, vio a los muchos que hacían gran profesión de
religión sacarle la lengua con escarnio y ridiculizar al Señor Jesús.
Vio las cabezas
que se sacudían, oyó cómo su
compañero de culpabilidad repetía las palabras de reproche: "Si tú eres el
Cristo, sálvate a ti mismo y a nosotros" (Lucas 23:39).
Entre los que pasaban, oía a muchos que defendían a Jesús.
Les oía repetir sus palabras y hablar de
sus obras.
Penetró
de nuevo en su corazón la convicción de que era el Cristo... Y ahora, así
como se hallaba, todo manchado por el pecado, se veía a punto de terminar la
historia de su vida. "Nosotros, a la verdad, justamente padecemos -gimió-,
porque recibimos lo que merecieron nuestros hechos; mas éste ningún mal
hizo"...
Pero ahora brotaban en su mente
pensamientos extraños, impregnados de ternura. Recordaba todo lo que había oído
decir acerca de Jesús, cómo había sanado a los enfermos y perdonado el pecado...
El
Espíritu Santo iluminó su mente y poco a poco se fue eslabonando la cadena de
la evidencia.
En Jesús, magullado, escarnecido y
colgado de la cruz, vio al Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. La
esperanza se mezcló con la angustia en su voz, mientras que su alma
desamparada se aferraba de un Salvador moribundo. "Acuérdate de mí
-exclamó-, cuando vengas en tu reino".
Prestamente
llegó la respuesta.
El tono era suave y melodioso, y las palabras, llenas de amor, compasión y
poder: De cierto te digo hoy: estarás conmigo en el paraíso...
Con corazón
anhelante, había escuchado para oír alguna expresión de fe de parte de sus
discípulos...
¡Cuánto
agradecimiento sintió entonces el Salvador por la expresión de fe y amor que
oyó del ladrón moribundo! El Deseado de todas las gentes, págs. 697, 698. RJ26/EGW/MHP
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AUDIO. https://www.youtube.com/watch?v=OP91CrcbxMQ&list=PLtrFh-HO7ogAQRUFvkOyvYEFpjjoDg9Aq&index=21&pp=sAQB
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