El Espíritu de Jehová el Señor está sobre mí, porque me ungió Jehová; me ha enviado a predicar buenas nuevas a los abatidos, a vendar a los quebrantados de corazón. (Isaías 61:1).
Jamás hubo evangelista como Cristo. Él era la Majestad del cielo; pero se humilló hasta tomar nuestra naturaleza para ponerse al nivel de los hombres.
A todos, ricos y pobres, libres y esclavos, ofrecía Cristo, el Mensajero del pacto, las nuevas de la salvación.
Su fama de médico incomparable cundía por toda Palestina. A fin de pedirle auxilio, los enfermos acudían a los sitios por donde iba a pasar.
Allí también acudían muchos que anhelaban oír sus palabras y sentir el toque de su mano.
Así iba de ciudad en ciudad, de pueblo en pueblo, predicando el Evangelio y sanando a los enfermos, el que era Rey de gloria revestido del humilde ropaje de la humanidad.
Asistía a las grandes fiestas de la nación, y a la multitud absorta en las ceremonias externas hablaba de las cosas del cielo y ponía la eternidad a su alcance.
A todos les traía tesoros sacados del depósito de la sabiduría. Les hablaba en lenguaje tan sencillo que no podían dejar de entenderlo.
Valiéndose de métodos peculiares, lograba aliviar a los tristes y afligidos.
Con gracia tierna y cortés, atendía a las almas enfermas de pecado y les ofrecía salud y fuerza...
¡Qué vida atareada era la suya! Día tras día se le podía ver entrando en las humildes viviendas de los menesterosos y afligidos para dar esperanza al abatido y paz al angustiado.
Henchido de misericordia, ternura y compasión, levantaba al agobiado y consolaba al afligido. Por doquiera iba, llevaba la bendición.
Mientras atendía al pobre, Jesús buscaba el modo de interesar también al rico. Buscaba el trato con el acaudalado y culto fariseo, con el judío de noble estirpe y con el gobernante romano.
Aceptaba las invitaciones de unos y otros, asistía a sus banquetes, se familiarizaba con sus intereses y ocupaciones para abrirse camino a sus corazones y darles a conocer las riquezas imperecederas.
Cristo vino al mundo para enseñar que si el hombre recibe poder de lo alto, puede llevar una vida intachable.
Con incansable paciencia y con simpática prontitud para ayudar, hacía frente a las necesidades de los hombres.
Mediante el suave toque de su gracia desterraba de las almas las luchas y dudas; cambiaba la enemistad en amor y la incredulidad en confianza...
A su voz el espíritu de avaricia y ambición huía del corazón, y los hombres se
levantaban, libertados, para seguir al Salvador.
El ministerio de curación, págs. 14, 15. RJ35/EGW/MHP 36
AUDIO. https://www.youtube.com/watch?v=eQW-L_DRpdA&list=PLtrFh-HO7ogAQRUFvkOyvYEFpjjoDg9Aq&index=30&pp=sAQB
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