De cierto, de cierto os digo: El que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará también; y aún mayores hará, porque yo voy al Padre. (Juan 14:12).
Con esto Cristo no quiso decir que los discípulos habrían de realizar obras más elevadas que las que Él había hecho, sino que su trabajo tendría mayor amplitud.
No se refirió meramente a la realización de milagros, sino a todo lo que sucedería bajo la acción del Espíritu Santo.
"Cuando venga el Consolador -dijo El-, a quien yo os enviaré del Padre, el Espíritu de verdad, el cual procede del Padre, él dará testimonio acerca de mí. Y vosotros daréis testimonio también, porque habéis estado conmigo desde el principio" (Juan 15:26, 27).
Estas palabras se cumplieron maravillosamente.
Después del descenso del Espíritu Santo, los discípulos estaban tan llenos de amor hacia Cristo y hacia aquellos por quienes El murió, que los corazones se conmovían por las palabras que hablaban y las oraciones que ofrecían. Hablaban con el poder del Espíritu, y bajo la influencia de ese poder miles se convirtieron.
Como representantes de Cristo, los apóstoles debían dejar una huella definida en el mundo.
El hecho de que eran hombres humildes no disminuiría su influencia, sino que la acrecentaría, porque las mentes de sus oyentes se dirigirían de ellos al Salvador que, aunque invisible, seguía obrando todavía con ellos.
La maravillosa enseñanza de los apóstoles, sus palabras de valor y confianza, darían a todos la seguridad de que no obraban ellos por su propio poder, sino por el poder de Cristo.
Al humillarse a sí mismos, declararían que Aquel a quien los judíos habían crucificado era el Príncipe de la vida, el Hijo del Dios vivo, y que en su nombre hacían las obras que Él había hecho.
En su conversación de despedida con sus discípulos la noche antes de su crucifixión, el Salvador no se refirió a los sufrimientos que había soportado y que debía soportar todavía.
No habló de la humillación que le aguardaba, sino que trató de llamar su atención a aquello que fortalecería la fe de ellos, induciéndoles a mirar hacia adelante a los goces que aguardan al vencedor.
Se regocijaba en el conocimiento de que podría hacer más por sus seguidores -y lo haría- de lo que había prometido; que dé El fluirían amor y compasión que limpiarían el templo del alma y harían a los hombres semejantes a Él; en carácter; que su verdad provista del poder del Espíritu, saldría venciendo y para vencer.
"Estas cosas
os he hablado -dijo-, para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo"
(Juan 16:33). Los hechos de
los apóstoles, págs. 19, 20. RJ36/EGW/MHP 37
AUDIO. https://www.youtube.com/watch?v=lS5DmoABLnw&list=PLtrFh-HO7ogAQRUFvkOyvYEFpjjoDg9Aq&index=31&pp=sAQB
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