Lev. 10: 1-11.
Nadab y Abiú, hijos de Aarón,
tomaron cada uno su incensario, y pusieron en ellos fuego, sobre el cual
pusieron incienso, y ofrecieron delante de Jehová fuego extraño, que él nunca
les mandó. (Lev. 10: 1).
Después de Moisés y de Aarón,
Nadab y Abiú ocupaban la posición más elevada en Israel. Habían sido
especialmente honrados por el Señor, y juntamente con los setenta ancianos se
les había permitido contemplar su gloria en el monte. Pero su transgresión no
debía disculparse ni considerarse con ligereza. Todo aquello hacía su pecado
aún más grave. Por el hecho de que los hombres hayan recibido gran luz, y como
los príncipes de Israel, hayan ascendido al monte, hayan gozado de la comunión
con Dios y hayan morado en la luz de su gloria, no deben lisonjearse de que
pueden después pecar impunemente; no deben creer que porque fueron así
honrados, Dios no castigará estrictamente su iniquidad. Este es un engaño
fatal. La gran luz y los privilegios otorgados demandan reciprocidad, que debe
manifestarse en una virtud y santidad correspondientes a la luz recibida. Dios
no aceptará nada menos que esto. Las grandes bendiciones o privilegios no
debieran adormecer a los hombres en la seguridad o la negligencia. Nunca
debieran dar licencia para pecar, ni debieran creer los favorecidos que Dios no
será estricto con ellos. . .
En su juventud, Nadab y Abiú no habían sido educados para que desarrollaran hábitos de
dominio propio. . . Los hábitos de
complacencia propia, practicados durante mucho tiempo, los dominaban de tal
manera que ni la responsabilidad del cargo más sagrado tenía poder para
romperlos. No se les había enseñado a respetar la autoridad de su padre, y por
eso no comprendían la necesidad de ser estrictos en su obediencia a los
requisitos de Dios. La equivocada indulgencia de Aarón respecto a sus hijos,
preparó a éstos para que fueran objeto del castigo divino.
Dios quiso enseñar al pueblo que
debía acercarse a él con toda reverencia y veneración y exactamente como él
indicaba. El Señor no puede aceptar una obediencia parcial. No bastaba que en
el solemne tiempo del culto casi todo se hiciera como él había ordenado. . .
Nadie se engañe a sí mismo con la creencia de que una parte de los mandamientos
de Dios no es esencial, o que él aceptará un sustituto en reemplazo de lo que
él ha ordenado (Patriarcas y Profetas, págs. 373- 375). 101
AUDIO: https://youtube.com/playlist?list=PLVsLdOIe7sVuUCOpUfXzaq8n4wQXmyR80
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