Nosotros le amamos a él, porque él nos amó
primero. (1 Juan 4:19).
Juan se distingue de los otros apóstoles como
el "discípulo al cual amaba Jesús" (Juan 21:20) . . . Recibió muchas
pruebas de la confianza y el amor del Salvador.
Juan era uno de los tres a los cuales les fue
permitido presenciar la gloria de Cristo sobre el monte de la transfiguración,
así como su agonía en el Getsemaní, y fue a él a quien nuestro Señor confió la
custodia de su madre en aquellas últimas horas de angustia sobre la cruz (Los
Hechos de los Apóstoles, pág. 430).
La naturaleza de Juan anhelaba el amor, la
simpatía, el compañerismo. Se acercaba a Jesús, se sentaba a su lado, se
apoyaba en su pecho. Así como una flor bebe del sol y del rocío, él se embebía
de la luz y la vida divinas (La Educación, pág. 83).
La profundidad y fervor del afecto de Juan
hacia su Maestro no era la causa del amor de Cristo hacia él, Sino El Efecto de
ese amor.
Juan deseaba llegar a ser semejante a Jesús, y bajo la influencia transformadora del amor de Cristo, llegó a ser manso y humilde. Su yo estaba escondido en Jesús. Sobre todos sus compañeros, Juan se entregó al poder de esa maravillosa vida. . .
Juan conoció al Salvador por experiencia
propia.
Las lecciones de su Maestro se grabaron sobre
su alma. Cuando él testificaba de la gracia del Salvador, su lenguaje sencillo
era elocuente por el amor que llenaba todo su ser.
A causa de su profundo amor hacia Cristo, Juan deseaba siempre estar cerca de él.
El Salvador amaba a los doce, pero el
espíritu de Juan era el más receptivo. Era más joven que los demás y con mayor
confianza infantil, abrió su corazón a Jesús. Así llegó a simpatizar más con
Cristo, y mediante él, las más profundas lecciones espirituales de Cristo
fueron comunicadas al pueblo. . .
Juan pudo hablar del amor del Padre como no lo
pudo hacer ningún otro de los discípulos. Reveló a sus semejantes lo que sentía
en su propia alma, representando en su carácter los atributos de Dios. . .
La belleza de la santidad que le había
transformado brillaba en su rostro con resplandor semejante al de Cristo. En su
adoración y amor contemplaba al Salvador, hasta que la semejanza a Cristo y el
compañerismo con él; llegaron a ser su único deseo y en su carácter se reflejó
el carácter de su Maestro (HAp 434, 435). 316
AUDIO: https://youtube.com/playlist?list=PLVsLdOIe7sVtrbL52hGjPNaJMDGwACpWZ
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