Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad. (1 Juan 1:9).
Cuando el pecador capta una visión de los inigualables encantos de Jesús, el pecado ya no le parece atractivo, pues contempla al "Señalado entre diez mil", "todo él codiciable" (Cantares 5:10,16), Percibe por experiencia personal el poder del Evangelio, cuya amplitud de designio es sólo igualado por lo precioso de su propósito.
Tenemos un Salvador viviente. No está en la tumba de José, pues se ha levantado de los muertos y ha ascendido a las alturas como sustituto y garantía para cada alma creyente...
El pecador es justificado mediante los méritos de Jesús, y ese es el reconocimiento divino de la perfección del rescate pagado por el hombre.
La obediencia de Cristo hasta la muerte de cruz es una garantía de que el Padre acepta al pecador arrepentido.
¿Nos permitiremos, entonces, tener una experiencia que vacila entre la duda y la confianza, la confianza y la duda?
Jesús es la garantía de nuestra aceptación para con Dios. Somos aceptos delante de Dios no por algún mérito propio, sino por nuestra fe en Cristo, nuestra justicia.
Jesús está en el lugar santísimo para aparecer en la presencia de Dios por nosotros. Allí no cesa de presentar a su pueblo momento a momento, completo en sí mismo. Pero a causa de que estamos así representados ante el Padre, no hemos de imaginar que podemos presumir de su misericordia y volvernos descuidados, indiferentes e indulgentes. Cristo no ministra en favor del pecado. Estamos completos en El, aceptados en el Amado, sólo al morar en El por fe.
Nunca podremos alcanzar la perfección por nuestras propias buenas obras. El alma que contempla a Jesús por fe repudia su propia justicia. Se da cuenta de que es incompleta, de que su arrepentimiento es insuficiente, su mayor fe es debilidad, su sacrificio más costoso es pobre, y se arroja con humildad al pie de la cruz. Pero una voz le habla desde los oráculos de la Palabra de Dios.
Con asombro oye este mensaje: "Vosotros estáis completos en él" (Colosenses 2:10).
Su alma descansa ahora. Ya no necesita esforzarse para encontrar algo valioso en sí misma, alguna obra meritoria con la cual ganar el favor de Dios.
Contemplando al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo encuentra la paz de Cristo; ya que el perdón está escrito frente a su nombre, y acepta la Palabra de Dios: "Vosotros estáis completos en él". ¡Cuán difícil resulta captar esta gran verdad para la humanidad, por tanto tiempo, acostumbrada a acariciar dudas! Pero, ¡qué paz, qué vida plena produce en el alma!
Signs of the Times, 4 de julio de 1892. RJ68/EGW/MHP 69
AUDIO. https://www.youtube.com/watch?v=aKRKjOSb_PI&list=PLtrFh-HO7ogAse7AivMOQVZcSkRU3uK8P&index=3&pp=sAQB
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