Inclina, oh Dios mío, tu oído, y oye; abre tus ojos, y mira nuestras desolaciones, y la ciudad sobre la cual es invocado tu nombre; porque no elevamos nuestros ruegos ante ti confiados en nuestras justicias, sino en tus muchas misericordias. (Daniel 9:18).
Los que experimenten la santificación de que habla la Biblia, manifestarán un espíritu de humildad.
Como Moisés, contemplaron la terrible majestad de la santidad y se dan cuenta de su propia indignidad en contraste con la pureza y alta perfección del Dios infinito.
El profeta Daniel fue ejemplo de verdadera santificación.
Llenó su larga vida del noble servicio que rindió a su Maestro. Era un hombre "muy amado" (Daniel 10:11) en el cielo.
Sin embargo, en lugar de prevalerse de su pureza y santidad, este profeta tan honrado de Dios se identificó con los mayores pecadores de Israel cuando intercedió cerca de Dios en favor de su pueblo: "No elevamos nuestros ruegos ante ti confiados en nuestras justicias, sino en tus muchas misericordias. Hemos pecado, hemos hecho impíamente" (Daniel 9:18,15)...
Cuando Job oyó la voz del Señor de entre el torbellino, exclamo: "Me aborrezco, y me arrepiento en polvo y ceniza" (Job 42:6).
Cuando Isaías contempló la gloria del Señor, y oyó a los querubines que clamaban "¡Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos!", dijo abrumado: "¡Ay de mí! que soy muerto" (Isaías 6:3,5).
Después de haber sido arrebatado hasta el tercer cielo y haber oído cosas que no le es dado al hombre expresar, San Pablo habló de sí mismo como del "más pequeño de todos los santos" (2 Corintios 12:2-4; Efesios 3:8)...
No puede haber glorificación de sí mismo, ni arrogantes pretensiones de estar libre de pecado, por parte de aquellos que andan a la sombra de la cruz del Calvario. Harta cuenta se dan de que fueron sus pecados los que causaron la agonía del Hijo de Dios y destrozaron su corazón; y este pensamiento les inspira profunda humildad.
Los que viven más cerca de Jesús son también los que mejor ven la fragilidad y la culpa de su humanidad, y su sola esperanza se cifra en los méritos de un Salvador crucificado y resucitado.
La santificación, tal cual la entiende ahora el mundo religioso en general, lleva en sí misma un germen de orgullo espiritual y de menosprecio de la ley de Dios que nos la presenta como del todo ajena a la religión de la Biblia.
Sus defensores enseñan que la santificación es una obra instantánea, por la cual, mediante la fe solamente, alcanzan perfecta santidad. "Tan sólo crean -dicen- y la bendición es de ustedes"...
Al mismo tiempo niegan la autoridad de la ley de Dios y afirman que están dispensados de la obligación de guardar los mandamientos.
¿Pero será
acaso posible que los hombres sean santos y concuerden con la voluntad y el
modo de ser de Dios, sin ponerse en armonía con los principios que expresan su
naturaleza y voluntad, y enseñan lo que le agrada?
El conflicto de los siglos, págs. 524, 525. RJ83/EGW/MHP 84
AUDIO. https://www.youtube.com/watch?v=eMD21b8_yFU&list=PLtrFh-HO7ogAse7AivMOQVZcSkRU3uK8P&index=18&pp=sAQB
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