Porque el Hijo del Hombre no ha venido para perder las almas de los hombres sino para salvarlas. (Lucas 9:56)
En una ocasión, Cristo envió mensajeros delante de El a una aldea de los samaritanos, pidiendo a la gente que preparara alojamiento para Él y sus discípulos.
Pero cuando el Salvador se acercó a la población, pareció querer seguir hacia Jerusalén. Esto suscitó la enemistad de los samaritanos, y en lugar de enviar mensajeros para invitarlo y aun urgirlo a que se detuviera con ellos, le retiraron las cortesías que habrían dispensado a un caminante común.
Jesús nunca impuso su presencia a nadie, y los samaritanos perdieron la bendición que les habría sido otorgada, si hubieran solicitado que fuera su huésped.
Podemos maravillarnos de este trato descortés hacia la Majestad del cielo; pero cuán frecuentemente somos nosotros, los que profesamos ser seguidores de Cristo, culpables de un descuido similar.
¿Le pedimos a Jesús que haga su morada en nuestros corazones y en nuestros hogares? Él está lleno de amor, de gracia, de bendición, y está listo para concedernos estos dones; pero, a semejanza de los samaritanos, muchas veces nos contentamos sin ellos.
Los discípulos eran conscientes del propósito que Cristo tenía de bendecir a los samaritanos con su presencia; cuando vieron la frialdad, los celos, y la falta de respeto manifestados hacia su Maestro, se llenaron de sorpresa e indignación.
Santiago y Juan estaban especialmente excitados. El que Aquel a quien ellos tan altamente reverenciaban fuera tratado de esta suerte, les parecía un crimen demasiado grande para ser pasado por alto sin un castigo inmediato. En su celo le dijeron: "Señor, ¿quieres que mandemos que descienda fuego del cielo, como hizo Elías, y los consuma?" (Lucas 9:54)...
Jesús reprendió a sus discípulos diciendo: "Vosotros no sabéis de qué espíritu sois; porque el Hijo del Hombre no ha venido para perder las almas de los hombres, sino para salvarlas' (Lucas 9:55,56).
Juan y los otros discípulos estaban en una escuela, en la cual Cristo era el Maestro. Los que estaban listos para ver sus propios defectos, y se sentían ansiosos de mejorar su carácter, tenían amplia oportunidad de lograrlo.
Juan atesoraba cada lección, y constantemente trataba de colocar su vida en armonía con el Modelo divino.
Las lecciones de Jesús, que enseñaban que la mansedumbre, la humildad y el amor eran esenciales para el crecimiento en la gracia, y un requisito que los capacitaba, para su trabajo, eran del más alto valor para Juan.
Estas
lecciones nos son dirigidas a nosotros como individuos y como hermanos en la
iglesia, así como a los primeros discípulos de Cristo.
-La edificación del carácter, págs. 75-77. RJ85/EGW/MHP 86
AUDIO. https://www.youtube.com/watch?v=5Vgg6dDqKmo&list=PLtrFh-HO7ogAse7AivMOQVZcSkRU3uK8P&index=20&pp=sAQB
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