Entonces Nabucodonosor se acercó a la puerta del horno de fuego ardiendo, y dijo: Sadrac, Mesac y Abed-nego, siervos del Dios Altísimo, salid y venid. Entonces Sadrac, Mesac y Abed-nego salieron de en medio del fuego. (Daniel 3:26).
¿Cómo sabía el rey qué aspecto tendría el Hijo de Dios? En su vida y carácter, los cautivos hebreos que ocupaban puestos de confianza en Babilonia habían representado la verdad delante de él.
Cuando se les pidió una razón de su fe, la habían dado sin vacilación. Con claridad y sencillez habían presentado los principios de la justicia, enseñando así a aquellos que los rodeaban acerca del Dios al cual adoraban.
Les habían hablado de Cristo, el Redentor que iba a venir; y en la cuarta persona que andaba en medio del fuego, el rey reconoció al Hijo de Dios...
Entonces Sadrac, Mesac y Abed-nego salieron delante de la vasta muchedumbre, y se los vio ilesos. La presencia de su Salvador los había guardado de todo daño, y sólo se habían quemado sus ligaduras. "Y se juntaron los sátrapas, los gobernadores, los capitanes y los consejeros del rey, para mirar a estos varones, cómo el fuego no había tenido poder alguno sobre sus cuerpos, ni aun el cabello de sus cabezas se había quemado; sus ropas estaban intactas, y ni siquiera olor de fuego tenían" (Daniel 3:27)...
Lo experimentado aquel día indujo a Nabucodonosor al promulgar un decreto, "que todo pueblo, nación o lengua que dijere blasfemia contra el Dios de Sadrac, Mesac y Abed-nego, sea descuartizado, y su casa convertida en muladar". Y expresó así la razón por la cual dictaba un decreto tal: "Por cuanto no hay dios que pueda librar como éste" (Daniel 3:29).
Con estas palabras y otras semejantes, el rey de Babilonia procuró difundir en todos los pueblos de la tierra su convicción de que el poder y la autoridad del Dios de los hebreos merecían adoración suprema.
Y agradó a Dios el esfuerzo del rey por manifestarle reverencia y por hacer llegar la confesión real de fidelidad a todo el reino babilónico.
Era correcto que el rey hiciese una confesión pública, y procurase exaltar al Dios de los cielos sobre todos los demás dioses; pero al intentar obligar a sus súbditos a hacer una confesión de fe similar a la suya y a manifestar la misma reverencia que él, Nabucodonosor se excedía de su derecho como soberano temporal.
No tenía más derecho, civil o moral, de amenazar de muerte a los hombres por no adorar a Dios, que el que había tenido para promulgar un decreto que consignaba a las llamas a cuantos se negasen a adorar la imagen de oro.
Nunca compele Dios a los, hombres a obedecer. Deja a todos libres para elegir a quien quieren servir. -Profetas y reyes, págs. 374, 375. RJ81/EGW/MHP 82
AUDIO. https://www.youtube.com/watch?v=YBBRO9bIkaI&list=PLtrFh-HO7ogAse7AivMOQVZcSkRU3uK8P&index=16&pp=sAQB
No hay comentarios.:
Publicar un comentario