Porque el Espíritu Santo os enseñará en la misma hora lo que debáis decir. (Lucas 12:12).
No debemos restar prominencia a las verdades especiales que nos han separado del mundo, y nos han hecho lo que somos; porque están llenas de intereses eternos. Dios nos ha dado luz acerca de lo que acontece ahora, y por la pluma y de viva voz debemos proclamar la verdad al mundo.
Pero es la vida de Cristo en el alma, el activo principio del amor impartido por el Espíritu Santo, Lo Único que puede hacer fructificar nuestras palabras.
El amor de Cristo es la fuerza y potencia de todo mensaje que para Dios haya salido alguna vez de labios humanos.
Un día tras otro pasa a la eternidad, llevándonos siempre más cerca del fin del tiempo de gracia.
Como nunca antes, debemos orar para que el Espíritu Santo nos sea concedido en mayor abundancia, y debemos esperar que su influencia santificadora sea sentida por los obreros, para que aquellos por quienes trabajen sepan que han estado con Jesús y han aprendido de Él.
Necesitamos clarividencia espiritual, para poder ver los designios del enemigo, y proclamar el peligro como fieles centinelas.
Necesitamos poder de lo alto para poder comprender, hasta donde pueda comprenderlos la mente humana, los grandes temas del cristianismo y sus principios abarcantes.
Los que estén bajo la influencia del Espíritu de Dios no serán fanáticos, sino serenos y firmes, libres de extravagancias en pensamientos, palabras o acciones.
En medio de la confusión de doctrinas engañosas, el Espíritu de Dios será un guía y escudo para aquellos que no hayan resistido las evidencias de la verdad, y hayan acallado toda otra voz que la de Aquel que es la verdad.
Estamos viviendo en los postreros días, cuando se aceptan y creen errores del carácter más engañoso, al par que se descarta la verdad.
El Señor tendrá tanto a los predicadores como a la gente por responsables de la luz que resplandece sobre su senda.
Nos llama a trabajar diligentemente para juntar las joyas de verdad y ponerlas en el marco del Evangelio.
Han de resplandecer con toda su divina belleza en las tinieblas morales del mundo.
Esto no puede lograrse sin la ayuda del Espíritu Santo, pero con esta ayuda podemos hacerlo todo. Cuando estamos dotados del Espíritu, nos asimos por la fe del poder infinito.
Nada se pierde de lo que proviene de Dios. El Salvador del mundo manda sus mensajes al alma para que se disipen las tinieblas del error.
La obra del Espíritu es inconmensurablemente grande.
De esta fuente recibe el obrero de Dios poder y eficiencia.
Obreros evangélicos, págs. 305, 306. RJ208/EGW/MHP 209
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