El que ama a su hermano, permanece en la luz, y en él no hay tropiezo. (1 Juan 2:10).
Los discípulos se regocijaban en la dulzura de la comunión con los santos... Pero gradualmente sobrevino un cambio.
Los creyentes comenzaron a buscar defectos en los demás. Preocupados de los errores y ocupados en criticar acerbamente, perdieron de vista al Salvador y su amor.
Se pusieron más estrictos con respecto a las ceremonias exteriores; insistían más en la teoría que en la práctica de la fe.
En su celo por condenar a los demás, pasaban por alto sus propios errores. Perdieron el amor fraternal que Cristo les había encomendado, y peor aún, no se daban cuenta de lo que habían perdido.
No comprendían que la felicidad y la alegría habían huido de sus vidas y que, al excluir el amor de Dios de sus corazones, pronto andarían en tinieblas.
Al comprender Juan que el amor fraternal se iba desvaneciendo en la iglesia, se esforzaba por convencer a los creyentes de la permanente necesidad de ese amor. Sus cartas a las iglesias están llenas de este pensamiento. "Amados amémonos unos a otros -escribe-; porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios" (1 Juan 4:7)...
El mayor peligro que enfrenta la iglesia de Cristo no es la oposición del mundo.
El mal albergado en los corazones de los creyentes es lo que produce sus más graves caídas, y lo que con mayor seguridad detiene el progreso de la causa de Dios. No hay forma más segura de debilitar la espiritualidad que permitir que la envidia, las sospechas, la crítica o la malicia hallen cabida en el corazón.
Por otro lado, el testimonio más elocuente de que Dios ha enviado a su Hijo al mundo se da cuando existe armonía y unión entre los hombres de distintas características que forman su iglesia.
Los seguidores de Cristo tienen el privilegio de dar ese testimonio. Pero, para poder hacerlo, deben ponerse a las órdenes de Cristo. Sus caracteres deben conformase al suyo, y su voluntad a la del Maestro.
"Un mandamiento nuevo os doy -dijo Cristo-: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros" (Juan 13:34).
¡Qué maravillosa declaración! Pero ¡cuán poco se practica! Hoy día en la iglesia de Dios el amor fraternal falta, desgraciadamente.
Muchos que profesan amar al Salvador no se aman mutuamente. Los incrédulos observan para ver si la fe de los profesos cristianos ejerce una influencia santificadora sobre sus vidas, y perciben con rapidez los defectos de carácter y las acciones inconsecuentes.
No permitan los cristianos que le sea posible al enemigo señalarlos, diciendo: "Miren cómo esa gente, que se halla bajo el estandarte de Cristo, se odian la una a la otra".
Todos los cristianos son miembros de una familia, hijos del mismo Padre celestial, y albergan la misma esperanza bienaventurada de la inmortalidad. Muy estrecho y tierno debiera ser el vínculo que los une.
Los hechos de
los apóstoles, págs. 452-454. RJ214/EGW/MHP 215
AUDIO. https://www.youtube.com/watch?v=Ue2dWXyIIVs&list=PLtrFh-HO7ogBX3lJ-BVlf4v1fLk5TmqV6&index=27&pp=sAQB
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