1 Sam. 2: 22-36.
Aquel día yo cumpliré contra Elí todas las cosas
que he dicho sobre su casa, desde el principio hasta el fin. (1 Sam. 3: 12).
Elí había cometido un grave error al permitir que sus hijos asumieran los cargos sagrados. Al disculpar la conducta de ellos con este o aquel pretexto, quedó ciego con respecto a sus pecados; pero por último llegaron a tal punto que ya no pudo desviar más los ojos de los delitos de sus hijos. El pueblo se quejaba de sus actos de violencia, y el sumo sacerdote sintió pesar y angustia. No osó callar por más tiempo.
Pero sus hijos se habían
criado pensando sólo en sí mismos, y ahora no respetaban a nadie. Veían la
angustia de su padre, pero sus corazones endurecidos no se conmovían. Oían sus
benignas amonestaciones, pero no se dejaban impresionar, ni quisieron cambiar
su mal camino cuando fueron advertidos de las consecuencias de su pecado. Si
Elí hubiera tratado con justicia a sus hijos impíos, habrían sido destituidos
del sacerdocio y castigados con la muerte (Patriarcas y Profetas, págs. 623,
624).
Año tras año el Señor había postergado los castigos
con que le amenazaba. Mucho pudo haberse hecho en aquellos años para redimir
los fracasos del pasado; pero el anciano sacerdote no tomó medidas eficaces
para corregir los males que estaban contaminando el santuario de Jehová y
llevando a la ruina a millares de Israel. Por el hecho de que Dios tuviera
paciencia, Ofni y Finees endurecieron su corazón y se envalentonaron en la
transgresión. Elí hizo conocer a toda la nación los mensajes de reproche que
habían sido dirigidos a su casa. Así esperaba contrarrestar, hasta cierto
punto, la influencia maléfica de su negligencia anterior. Pero las advertencias
fueron menospreciadas por el pueblo, como lo habían sido por los sacerdotes
(Id., págs. 630, 631).
Dios condena la negligencia que se solaza en el
pecado y el crimen, y la insensibilidad que es lenta para detectar su funesta
presencia en las familias de cristianos profesos. El hace responsables a los
padres en alto grado por las faltas y necedades de sus hijos. Dios visitó con
su maldición no sólo a los hijos de Elí, sino a Elí mismo, y este terrible
ejemplo debiera ser una advertencia para los padres de nuestros días
(Testimonies, tomo 4, pág. 200). 143
AUDIO: https://youtube.com/playlist?list=PLVsLdOIe7sVttBwS3S7g8RL-F2cPX4l2-
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