1 Sam. 9: 1, 2, 15-10: 1.
Ahora, pues, he aquí el rey que habéis elegido, el
cual pedisteis. (1 Sam. 12: 13).
En Saúl Dios había dado a los israelitas un rey
según el corazón de ellos. . . Bien parecido, de estatura noble y de porte
principesco, tenía una apariencia en un todo de acuerdo con el concepto que
ellos tenían de la dignidad real; y su valor personal y su pericia en la
dirección de los ejércitos eran las cualidades que ellos consideraban como las
mejor calculadas para obtener el respeto y el honor de otras naciones.
Les interesaba muy poco que su rey tuviera las
cualidades superiores que eran las únicas capaces de habilitarle para gobernar
con justicia y equidad. No pidieron un hombre que tuviera verdadera nobleza de
carácter, y que amara y temiera a Dios. No buscaron el consejo de Dios acerca
de las cualidades que su gobernante debía tener para que ellos pudieran
conservar su carácter distintivo y santo como pueblo escogido del Señor.
No buscaron el camino de Dios, sino el propio. Por
lo tanto, Dios les dio un rey como lo querían, uno cuyo carácter reflejaba el
de ellos mismos. El corazón de ellos no se sometía a Dios, y su rey tampoco era
subyugado por la gracia divina. Bajo el gobierno de este rey, iban a obtener la
experiencia necesaria para que pudieran ver su error, y volver a ser leales a
Dios.
Sin embargo, habiendo el Señor encargado a Saúl la
responsabilidad del reino, no le abandonó ni le dejó solo. Hizo que el Espíritu
Santo se posara en Saúl para que le revelara su propia debilidad y su necesidad
de la gracia divina; y si Saúl hubiera fiado en Dios, el Señor habría estado con
él. Mientras la voluntad de Saúl fue
dominada por la voluntad de Dios, mientras cedió a la disciplina de su
Espíritu, Dios pudo coronar sus esfuerzos de éxito.
Pero cuando Saúl escogió obrar independientemente
de Dios, el Señor no pudo ya ser su guía, y se vio obligado a hacerle a un
lado.
Entonces llamó a su trono a un "varón según su
corazón" (1 Sam. 13: 14), no a uno que no tuviera faltas en su carácter,
sino a uno que, en vez de confiar en sí mismo, dependería de Dios, y sería
guiado por su Espíritu; que, cuando pecara, se sometería a la reprensión y la
corrección (Patriarcas y Profetas, págs. 689, 690). 149
AUDIO: https://youtube.com/playlist?list=PLVsLdOIe7sVvHzeTZHeg9LuyEsTpEZcLf
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