1 Sam. 15.
Y Saúl y el pueblo perdonaron a Agag, y a lo mejor
de las ovejas y del ganado mayor, y de los animales engordados, de los carneros
y de todo lo bueno, y no lo quisieron destruir. (1 Sam. 15: 9).
Desde que los filisteos fueron derrotados en
Micmas, Saúl había guerreado contra Moab, Amón y Edom, como también contra los
amalecitas y los filisteos; y dondequiera que dirigiera sus armas, ganaba
nuevas victorias. Al recibir la orden de
ir contra los amalecitas, en seguida proclamó la guerra. A su autoridad de rey
se agregó la del profeta, y al ser convocados para la batalla, todos los
hombres de Israel acudieron a su estandarte.
Esta expedición no se había de emprender con un
objeto de engrandecimiento personal; los israelitas no habían de recibir ni el
honor de la conquista ni los despojos de sus enemigos. Debían emprender aquella guerra únicamente
como un acto de obediencia a Dios, con el propósito de ejecutar el juicio de él
contra los amalecitas. Dios quería que todas las naciones contemplaran la
suerte funesta de aquel pueblo que había desafiado su soberanía, y que notaran
cómo era destruido por el pueblo mismo que habían menospreciado. . .
La victoria contra los amalecitas fue la más brillante que Saúl jamás ganara, y sirvió para reanimar el orgullo de su corazón, que era su mayor peligro. El edicto divino que condenaba a los enemigos de Dios a la destrucción total, no fue sino parcialmente cumplido. Con la ambición de realzar el honor de su regreso triunfal con la presencia de un cautivo real, Saúl se aventuró a imitar las costumbres de las naciones vecinas, y por eso, salvó a Agag, el feroz y belicoso rey de los amalecitas.
El pueblo se reservó lo mejor de los rebaños, manadas y bestias de carga, disculpando su pecado con la excusa de que guardaba el ganado para ofrecerlo como sacrificio al Señor. Pero su objeto era usar estos animales meramente como sustitutos, para economizar su propio ganado. A Saúl se le había sometido ahora a la prueba final. Su presuntuoso desprecio de la voluntad de Dios, al revelar su resolución de gobernar como monarca independiente, demostró que no se le podía confiar el poder real como vicegerente del Señor (Patriarcas y Profeta, págs. 681, 682). 157
AUDIO: https://youtube.com/playlist?list=PLVsLdOIe7sVvHzeTZHeg9LuyEsTpEZcLf
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