Sucedió que mientras hablaban y discutían entre sí, Jesús mismo se acercó, y caminaba con ellos... Y se decían el uno al otro: ¿No ardía nuestro corazón en nosotros, mientras nos hablaba en el camino, y cuando nos abría las Escrituras? (Lucas 24:15, 32).
Hemos de hablar de Cristo a aquellos que no lo conocen. Hemos de obrar como lo hizo Cristo.
Doquiera El estuviera; en la sinagoga, junto al camino, en un bote algo alejado de la tierra, en el banquete del fariseo o en la mesa del publicano, hablaba a las gentes de las cosas concernientes a la vida superior. Relacionaba la naturaleza y los acontecimientos de la vida diaria con las palabras de verdad.
Los corazones de sus oyentes eran atraídos hacia Él; porque Él había sanado a sus enfermos, había consolado a los afligidos, y tomando a sus niños en sus brazos, los había bendecido.
Cuando El abría los labios para hablar, la atención se concentraba en El, y cada palabra era para algún alma sabor de vida para vida.
Así debe ser con nosotros. Doquiera estemos, hemos de procurar aprovechar las oportunidades que se nos presenten para hablar a otros del Salvador.
Si seguimos el ejemplo de Cristo en hacer bien, lo corazones se nos abrirán como se le abrían a Él. No bruscamente, sino con tacto impulsado por el amor divino, podremos hablarles de Aquel que es "señalado entre diez mil", y "todo él codiciable" (Cantares 5:10,16). Esta es la obra suprema en la cual podemos emplear el talento del habla. -Palabras de vida del gran Maestro, pág. 237.
El ejemplo de Cristo, al vincularse con los intereses de la humanidad, debe ser seguido por todos los que predican su Palabra y por todos los que han recibido el Evangelio de su gracia.
No hemos de renunciar a la comunión social. No debemos apartarnos de los demás. A fin de alcanzar a todas las clases, debemos tratarlas donde se encuentren. Rara vez nos buscarán por su propia iniciativa. No sólo desde el púlpito han de ser los corazones conmovidos por la verdad divina.
Hay otro campo de trabajo, más humilde tal vez, pero tan plenamente promisorio. Se halla en el hogar de los humildes y en la mansión de los encumbrados; junto a la mesa hospitalaria, y en las reuniones de inocente placer social...
Dondequiera que vayamos, debemos llevar a Jesús con nosotros, y revelar a otros cuán precioso es nuestro Salvador... Mediante las relaciones sociales, el cristianismo se pone en contacto con el mundo.
Todo aquel que ha recibido la iluminación divina debe alumbrar la senda de aquellos que no conocen la Luz de la vida...
Los que siguen a Jesús le agradan cuando muestran que, aunque humanos, son partícipes de la naturaleza divina... Reflejan sobre otros, en obras iluminadas por el amor de Cristo, la luz que resplandece sobre ellos mismos. El deseado de todas las gentes, págs. 126, 127. RJ231/EGW/MHP 232
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