domingo, 6 de agosto de 2023

06. “SIGAMOS A CRISTO EN EL SERVICIO Y LA ABNEGACIÓN” VIII. REFLEJEMOS A JESÚS EN EL AMOR AL PRÓJIMO) EGW

Sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres. (Filipenses 2:7).

¡Cuántos hay que aceptan a Cristo y aparentemente viven vidas cristianas hasta que cambian las circunstancias! Tal vez reciben posesiones terrenales. Dios los prueba así para ver si serán mayordomos sabios.

Pero no soportan la prueba. Usan para su gratificación propia lo que debieran dedicar a alimentar a los hambrientos y vestir a los desnudos.

En necesidades o angustias los hijos de Dios claman a Él. Muchos mueren por falta de lo necesario para la vida...

Hay un mundo que amonestar, y a nosotros se nos ha confiado la obra. A cualquier costo hemos de practicar la verdad. Debemos estar como soldados dispuestos al sacrificio, dispuestos a sufrir la pérdida de la vida misma, si fuera necesario, en el servicio de Dios.

Hay que hacer una gran obra en muy poco tiempo... Todo el que reciba finalmente la corona de victoria habrá, por medio de esfuerzos nobles y decididos de servir a Dios, ganado el derecho de ser vestido con la justicia de Cristo.

Entrar en la contienda contra Satanás, elevando el estandarte manchado de sangre de la cruz de Cristo, ése es el deber de todo cristiano...

El sermón más difícil de predicar y arduo para practicar es la negación propia. El avaro pecador, el yo, cierra la puerta al bien que podría hacer a causa de que el dinero está invertido en propósitos egoístas.

Pero es imposible retener el favor de Dios y gozar de comunión con el Salvador y al mismo tiempo ser indiferentes a los intereses de los demás que no tienen vida en Cristo, que perecen en sus pecados.

Cristo nos ha dejado un maravilloso ejemplo de sacrificio propio. No se agradó a sí mismo, sino que gastó su vida en servicio a los demás.

Hizo sacrificios a cada paso, sacrificios que ninguno de sus seguidores alguna vez tendrá que hacer, porque nunca han ocupado la posición que ocupó antes de venir a esta tierra.

Era el comandante de las huestes celestiales, pero vino acá a sufrir por los pecadores. Era rico, pero por amor a nosotros se hizo pobre, para que por su pobreza pudiéramos ser enriquecidos.

Dejó a un lado su gloria porque nos amó, y tomó sobre sí la forma de un siervo. Dio su vida por nosotros. ¿Qué estamos dando por El?...

Al seguir en el sendero de la negación propia, elevando la cruz y llevándola tras Él a la casa de su Padre, revelaremos en nuestra vida la belleza de la vida de Cristo.

En el altar del sacrificio propio -el lugar designado para el encuentro entre Dios y el alma- recibimos de mano de Dios la antorcha celestial que escudriña el corazón, revelando la necesidad de un Cristo que permanezca en él. 

Review and Herald, 31 de enero de 1907. RJ224/EGW/MHP 225

 

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