Mas
cuando hagas banquete, llama a los pobres, los mancos, los cojos y los ciegos;
y serás bienaventurado; porque ellos no te pueden recompensar, pero te será
recompensado en la resurrección de los justos. (Lucas 14:13,14).
Es la recompensa
de los obreros de Cristo entrar en su gozo. Ese gozo, que Cristo
mismo espera con ansias, se presenta en
el pedido que hace a su
Padre: "Aquellos que me has
dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo" (Juan 17:24).
Al ascender después de
su resurrección, los ángeles estaban
esperando para dar la bienvenida a Jesús. La hueste
celestial anhelaba saludar otra vez a su Comandante, devuelto a ellos de la casa de la muerte. Ansiosamente lo rodearon al entrar por los portales del
cielo.
Pero Él les
pidió que se apartaran. Su corazón acompañaba al grupo solitario y afligido de
discípulos que había dejado en el Monte de los Olivos. Todavía está con sus hijos que luchan sobre la
tierra, que enfrentan todavía una
batalla con el destructor. "Padre -dice- ...quiero que donde yo estoy,
también ellos estén conmigo".
Los
redimidos por Cristo son sus joyas, su tesoro precioso y especial. "Como
piedras de diademas serán" (Zacarías 9:16), "las riquezas de la
gloria de su herencia en los santos" (Efesios 1:18). En ellos "verá
el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho" (Isaías 53:11).
¿Y no se
regocijarán también sus obreros cuando vean el fruto de sus labores?...
Cada impulso del
Espíritu Santo que conduce a los hombres a la bondad y a Dios se registra en
los libros del cielo, y en el día de Dios, cada uno de los que se entregaron
como instrumentos para la obra del Espíritu Santo podrá ver lo que su vida ha
producido.
Maravillosa
será la revelación cuando se pueda ver la acción de la santa influencia con sus
preciosos resultados. ¡Cuánta será la gratitud de las almas que nos saldrán al
encuentro en las cortes celestiales cuando comprendan el interés y la amante
simpatía que los ha conducido a la salvación!
Toda la
alabanza, el honor y la gloria serán dados a Dios y al Cordero por nuestra
redención, pero no disminuirá la gloria de Dios el expresar la gratitud a los
instrumentos que El empleó en la salvación de las almas que estaban a punto de
perecer.
Los redimidos se encontrarán con aquellos cuya atención dirigieron al Salvador ensalzado, y los reconocerán. ¡Qué benditas conversaciones tendrán con esas almas! "Yo era un pecador -se dirá-...y tú viniste a mí, llamaste mi atención al precioso Salvador como mi única esperanza. Y yo creí en El".... ¡Qué gozo habrá cuando estos redimidos se encuentren y saluden a los que tuvieron una carga por ellos!
Review and
Herald, 5 de enero de 1905. RJ249/EGW/MHP 250
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