Mat. 14:22-33.
Pero en seguida Jesús les habló, diciendo: ¡Tened
ánimo; yo soy, no temáis! (Mat. 14:27).
Los discípulos. . . "entrando en un barco,
venían de la otra parte de la mar hacia Capernaum". Habían dejado a Jesús
descontentos en su corazón. . . Murmuraban porque no les había permitido
proclamarle rey. Se culpaban por haber cedido con tanta facilidad a su orden. .
.
La incredulidad estaba posesionándose de su mente y
corazón. El amor a los hombres los cegaba. . . ¿No habría nunca de asumir Cristo
su autoridad como rey? ¿Por qué no se revelaba en su verdadero carácter el que
poseía tal poder, y así hacía su senda menos dolorosa? ¿Por qué no había
salvado a Juan el Bautista de una muerte violenta? Así razonaban los discípulos
hasta que trajeron sobre si grandes tinieblas espirituales. Se preguntaban:
¿Podía ser Jesús un impostor, según aseveraban los fariseos?. . .
Ese día los discípulos habían presenciado las
maravillosas obras de Cristo. Parecía que el cielo había bajado a la tierra. El
recuerdo de aquel día precioso y glorioso debiera haberlos llenado de fe y
esperanza. Si de la abundancia de su corazón hubiesen estado conversando
respecto a estas cosas, no habrían entrado en tentación. . .
Sus pensamientos eran tumultuosos e irrazonables, y
el Señor les dio entonces otra cosa para afligir sus almas y ocupar sus mentes.
Dios hace con frecuencia esto cuando los hombres se crean cargas y
dificultades. . . Una violenta tempestad estaba por sobrecogerles y ellos no
estaban preparados para ella. . . Olvidaron su desafecto, su incredulidad, su
impaciencia. Cada uno se puso a trabajar para impedir que el barco se hundiese.
. . Hasta la cuarta vela de la noche lucharon con los remos.
Entonces los hombres cansados se dieron por
perdidos. En la tempestad y las tinieblas, el mar les había enseñado cuán
desamparados estaban, y anhelaban la presencia de su Maestro.
Jesús no los había olvidado. . . En el momento en
que ellos se creyeron perdidos, un rayo de luz reveló una figura misteriosa que
se acercaba a ellos sobre el agua. . . Su amado Maestro se volvió entonces, y
su voz aquietó su temor: "Alentaos; yo soy, no temáis" (El Deseado de
Todas las Gentes, págs. 342-344). 291
AUDIO: https://youtube.com/playlist?list=PLVsLdOIe7sVtrbL52hGjPNaJMDGwACpWZ
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