lunes, 18 de octubre de 2021

18. “DIOS ODIA LAS CASTAS” (MUJER SIRO FENICIA) X. CONFLICTO Y VALOR (EGW).

Mat. 15:21-28.

Porque no hay diferencia entre judío y griego, pues el mismo que es Señor de todos, es rico para con todos los que le invocan; porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo. (Rom. 10:12,13). 

"He aquí una mujer cananea, que había salido de aquellos términos, clamaba, diciéndole: Señor, Hijo de David, ten misericordia de mí; mi hija es malamente atormentada del demonio". Los habitantes de esta región pertenecían a la antigua raza cananea. Eran idólatras, despreciados y odiados por los judíos. A esta clase pertenecía la mujer que ahora había venido a Jesús. Era pagana. . .

Cristo no respondió inmediatamente a la petición de la mujer. Recibió a esta representante de una raza despreciada como la habrían recibido los judíos. . . La mujer presentaba su caso con instancia y creciente fervor, postrándose a los pies de Cristo y clamando: "Señor, socórreme". . .

Se entrega en seguida a la divina influencia de Cristo y tiene fe implícita en su capacidad de concederle el favor pedido. Ruega que se le den las migajas que caen de la mesa del Maestro. Si puede tener el privilegio de un perro, está dispuesta a ser considerada como tal. No tiene prejuicio nacional ni religioso, ni orgullo alguno que influya en su conducta, y reconoce inmediatamente a Jesús como el Redentor y como capaz de hacer todo lo que ella le pide.

El Salvador está satisfecho. Ha probado su fe en él. . . Volviéndose hacia ella con una mirada de compasión y amor, dice: "Oh mujer, grande es tu fe; sea hecho contigo como quieres". Desde aquella hora su hija quedó sana. El demonio no la atormentó más. . .

Con fe, la mujer de Fenicia se lanzó contra las barreras que habían sido acumuladas entre judíos y gentiles. A pesar del desaliento, sin prestar atención a las apariencias que podrían haberla inducido a dudar, confió en el amor del Salvador. Así es como Cristo desea que confiemos en él. Las bendiciones de la salvación son para cada alma. Nada, a no ser su propia elección, puede impedir a algún hombre que llegue a tener parte en la promesa hecha en Cristo por el Evangelio.

Las castas son algo aborrecible para Dios. El desconoce cuanto tenga ese carácter. A su vista las almas de todos los hombres tienen igual valor (DTG 365-370).  

AUDIO: https://youtube.com/playlist?list=PLVsLdOIe7sVtrbL52hGjPNaJMDGwACpWZ


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