Luc. 7:36-50.
Por lo cual te digo que
sus muchos pecados le son perdonados, porque amó mucho; mas aquel a quien se le
perdona poco, poco ama. (Luc. 7:47).
María había sido
considerada como una gran pecadora, pero Cristo conocía las circunstancias que
habían formado su vida. Él hubiera podido extinguir toda chispa de esperanza en
su alma, pero no lo hizo. Era él quien la había librado de la desesperación y
la ruina. Siete veces ella había oído la reprensión que Cristo hiciera a los
demonios que dirigían su corazón y mente. Había oído su intenso clamor al Padre
en su favor. Sabía cuán ofensivo es el pecado para su inmaculada pureza, y con
su poder ella había vencido.
Cuando a la vista
humana su caso parecía desesperado, Cristo vio en María aptitudes para lo
bueno. Vio los rasgos mejores de su carácter. El plan de la redención ha
investido a la humanidad con grandes posibilidades, y en María estas posibilidades
debían realizarse.
Por su gracia, ella
llegó a ser participante de la naturaleza divina. Aquella que había caído, y
cuya mente había sido habitación de demonios, fue puesta en estrecho
compañerismo y ministerio con el Salvador.
Fue María la que se
sentaba a sus pies y aprendía de él.
Fue María la que
derramó sobre su cabeza el precioso ungüento, y bañó sus pies con sus lágrimas.
María estuvo junto a la
cruz y le siguió hasta el sepulcro.
María fue la primera en
ir a la tumba después de su resurrección.
Fue María la primera
que proclamó al Salvador resucitado.
Jesús conoce las circunstancias que rodean a cada alma. Tú puedes decir: Soy pecador, muy pecador. Puedes serlo; pero cuanto peor seas, tanto más necesitas a Jesús. Él no se aparta de ninguno que llora contrito. No dice a nadie todo lo que podría revelar, pero ordena a toda alma temblorosa que cobre aliento. Perdonará libremente a todo aquel que acuda a él en busca de perdón y restauración. . .
Él está ahora junto al altar del incienso presentando las oraciones de aquellos que desean su ayuda. A las almas que se vuelven a él en procura de refugio, Jesús las eleva por encima de las acusaciones y contiendas de las lenguas. Ningún hombre ni ángel malo puede acusar a estas almas. Cristo las une a su propia naturaleza divino humana. Ellas están de pie junto al gran Expiador del pecado, en la luz que procede del trono de Dios (DTG 521, 522). 310
AUDIO: https://youtube.com/playlist?list=PLVsLdOIe7sVtrbL52hGjPNaJMDGwACpWZ
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