Entonces Jesús
les dijo otra vez: Paz a vosotros. Como me envió el Padre, así también yo os
envío. (Juan 20:21).
Deberíamos procurar fervientemente conocer y apreciar la verdad, para poder presentarla a otros así como es en Jesús.
Necesitamos Tener una correcta valoración de nuestras propias almas; entonces no seríamos tan descuidados en relación con nuestro curso de acción como lo somos actualmente.
Procuraríamos con más fervor conocer el camino de Dios; Obraríamos en dirección opuesta al egoísmo, Y Nuestra constante oración sería que pudiéramos tener la mente de Cristo, Que Pudiésemos ser modelados, y formados según su semejanza.
Es al mirar a Jesús y contemplar su encanto, teniendo nuestros ojos constantemente fijos en El, como somos transformados a su imagen. El dará gracia a todos los que guardan su camino, y hacen su voluntad, y caminan en la verdad...
Ruego a los que tienen sus nombres registrados en el libro de iglesia como miembros dignos, que sean verdaderamente dignos mediante la virtud de Cristo. Se promete la misericordia y la verdad y el amor de Dios al alma humilde y contrita...
Todo el cielo se llena de
asombro al ver que,
cuando ese amor tan amplio, tan
profundo, tan rico y pleno, se presenta
a los hombres que han conocido la gracia
de nuestro Señor Jesucristo, ellos son tan indiferentes, tan fríos e imposibles...
Los infinitos tesoros de la verdad se han ido acumulando de siglo en siglo. Ninguna ilustración podría impresionarnos adecuadamente con la extensión y la riqueza de éstos vastos recursos.
Están a la espera
de ser demandados por quienes los aprecian.
Estas gemas de verdad han de ser recogidas por el pueblo remanente de Dios, para ser dadas al mundo; pero la suficiencia propia y la dureza de corazón desechan el tesoro bendito.
"De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito,
para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna" (Juan 3:16). Tal amor no puede ser medido, ni puede ser expresado.
Juan insta al mundo a mirar "cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios" (1Juan 3:1). Es un amor que sobrepuja todo
entendimiento.
En la plenitud del sacrificio, nada se rehusó. Jesús se dio a sí mismo.
Dios desea que sus hijos se amen los unos a los otros como Cristo nos amó. Han de educar y adiestrar el alma para ese amor.
Han de reflejar ese amor en su propio carácter, para proyectarlo sobre el mundo. Cada uno debería considerar ésta su tarea.
La plenitud de Cristo ha de ser presentada al mundo por quienes han llegado a ser partícipes de su gracia. Han de hacer por Cristo lo que Cristo hizo por el Padre: representar su carácter.
Review and Herald, 23 de diciembre de 1890. RJ282/EGW/MHP 283
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