Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús. (Efesios 2:4,6).
Si
recordáramos siempre los trascendentales acontecimientos que pronto han de ocurrir, no seríamos tan débiles de carácter.
Sentiríamos que estamos
viviendo en la presencia
de Dios, y asombrados y
atónitos atenderíamos la orden: "Estad
quietos, y conoced que yo soy Dios…" (Salmo 46:10).
Oh, ¿cuándo nos daremos
cuenta del verdadero valor de la obra
e intercesión de nuestro Salvador? ¿Cuándo
descansaremos con plena confianza en Él, para vivir una vida noble, pura y dedicada?
¡A qué alturas puede
llegar la imaginación santificada e inspirada por las
virtudes de Cristo! Podemos percibir las glorias del futuro
mundo eterno. Podemos vivir como viendo
al Invisible. Caminemos por
fe, no por vista...
Por la
investigación de las Escrituras podemos llegar a comprender
lo que somos para Cristo y lo que Él es para nosotros.
Por la
contemplación de El hemos de ser cambiados a su imagen, llegando a ser colaboradores con El, representantes de El en vida y
carácter.
Debemos
aprender a darnos cuenta de que hemos
de vivir como hijos e hijas de Dios, amando a Dios por sobre todas las cosas, y a nuestro prójimo como a
nosotros mismos.
Hemos de amar la perfección porque
Jesús es la personificación de la perfección,
el gran centro de atracción.
La vida que
ahora vivimos debemos
vivirla por fe en el Hijo de Dios.
Si seguimos a
Cristo no tendremos una experiencia irregular, y no seremos movidos por las
circunstancias o influidos por lo que
nos rodea. No
permitiremos que los sentimientos nos controlen, ni que caigamos en la envidia, en la irritación, en
la crítica, los celos y la vanidad.
Estas son las cosas que
nos ponen fuera
de tono con la armoniosa vida de Cristo y nos impiden llegar a ser vencedores.
Debiéramos ser
motivados por el noble
propósito de ganar victorias a diario, y por la vigilancia y la oración sincera llegar a tener el control completo del yo.
Cuando les
sobrevengan pequeñas pruebas, y se les hablen palabras
que hieran y lastimen el alma, díganse a sí
mismos: "Soy un hijo
de Dios, heredero con Jesucristo, colaborador
del Cielo, no puedo enojarme fácilmente ni estar pensando siempre en el yo; pues esto
producirá un carácter distorsionado y no es digno de mi alta vocación.
Mi
Padre celestial me ha dado una tarea para hacer, y
quiero hacerla dignamente por honor a su nombre".
Debiéramos considerar
ferviente y continuamente la excelencia del carácter de Jesucristo, para que podamos impartir sus
bendiciones y conducir a los
hombres a seguir sus pisadas. Signs
of the Times, 10 de julio de 1893. RJ310/EGW/MHP 311
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