En esto hemos conocido el amor, en que él puso su vida por nosotros también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos. (1Juan 3:16).
Después de la
ascensión de Cristo, Juan se destacó como fiel y ardoroso; obrero del Maestro... Disfrutó del derramamiento del Espíritu Santo... y con renovado celo y poder continuó
impartiendo a la gente las palabras de
vida, procurando dirigir sus pensamientos hacia el
Invisible.
Era un
predicador poderoso, ferviente y
profundamente sincero. Con hermoso
lenguaje y con voz
musical se refería a las palabras y las obras de Cristo, y hablaba en una forma que impresionaba los
corazones de los que
lo escuchaban.
La
sencillez de sus palabras, el
poder sublime de la
verdad que proclamaba, y el fervor que caracterizaban sus
enseñanzas, le daban
acceso a todas las clases sociales.
La Vida Del
Apóstol concordaba con lo que enseñaba. El amor de Cristo que ardía
en su corazón lo indujo a
realizar una fervorosa e incansable
labor en favor de sus semejantes, especialmente por sus hermanos en la iglesia
cristiana.
Cristo había
ordenado a los primeros discípulos que se amaran los unos a los otros, como Él
los había amado. De ese modo debían dar
testimonio ante el mundo de que
Cristo, la esperanza de gloria, se había
formado en ellos. "Un
mandamiento nuevo os doy -había dicho-: Que os améis unos a otros" (Juan 13:34).
Cuando se
pronunciaron estas palabras, los discípulos no las
pudieron entender; pero después de
presenciar los sufrimientos de Cristo, después de su
crucifixión, resurrección y ascensión al cielo, y después que el Espíritu Santo descendió sobre ellos en el
Pentecostés, tuvieron un
concepto más claro del amor de Dios y de la naturaleza del amor que debían manifestar el uno por el otro...
Después que
descendió el Espíritu Santo, cuando los
discípulos salieron a proclamar al Salvador
viviente, su único deseo era la salvación
de las almas.
Se
regocijaban en la dulzura de la comunión con los santos. Eran
comprensivos, considerados, abnegados, dispuestos
a hacer cualquier sacrificio por
causa de la verdad.
En su diaria relación
mutua, revelaban el amor que Cristo les había enseñado. Por medio de palabras y hechos
desinteresados, se esforzaban por
encender ese mismo amor en otros
corazones.
Los creyentes habían de
albergar siempre ese
amor. Tenían que avanzar en
obediencia voluntaria al nuevo
mandamiento. Debían estar tan
íntimamente unidos a Cristo, al punto de
poder cumplir todos sus
requerimientos. Sus vidas debían manifestar el poder de un Salvador que podía
justificarlos por medio de su justicia. -Los
hechos de los apóstoles, págs. 451, 452. RJ309/EGW/MHP 310
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