Porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo. (2Corintios 4:6).
A causa del pecado, el hombre quedó separado de Dios. De no haber mediado el plan de la redención, hubiera tenido que sufrir la separación eterna de Dios, y las tinieblas de una noche sin fin.
El sacrificio de Cristo permite que se reanude la comunión con Dios. Personalmente no podemos acercarnos a su presencia; nuestra naturaleza pecadora no nos permite mirar su rostro, pero podemos contemplarlo y tener comunión con El por medio de Jesús, el Salvador.
La "iluminación del conocimiento de la gloria de Dios" se revela "en la faz de Jesucristo". "Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo" (2 Corintios 5:19)... "En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres" (Juan 1:4).
La vida y la muerte de Cristo, precio de nuestra redención, no son para nosotros únicamente una promesa y garantía de vida, ni tan sólo los medios por los cuales se nos vuelven a abrir los tesoros de la sabiduría, sino una revelación de su carácter aún más amplia y elevada que la que conocían los santos moradores del Edén.
Y al par que Cristo abre el cielo al hombre, la vida que imparte abre el corazón del hombre al cielo. El pecado no sólo nos aparta de Dios, sino que destruye en el alma humana el deseo y la aptitud para conocerlo.
La misión de Cristo consiste en deshacer toda esta obra del mal. Él tiene poder para vigorizar y restaurar las facultades del alma paralizadas por el pecado, la mente oscurecida, y la voluntad pervertida. Abre ante nosotros las riquezas del universo y nos imparte poder para discernir estos tesoros y apropiarnos de ellos.
Cristo es la luz "que alumbra a todo hombre" (Juan 1:9). Así como por Cristo tiene vida todo ser humano, así por su medio toda alma recibe algún rayo de luz divina.
En todo corazón existe no sólo poder intelectual, sino también espiritual, una facultad de discernir lo justo, un deseo de ser bueno. Pero contra estos principios lucha un poder antagónico.
En la vida de todo hombre se manifiesta el resultado de haber comido del árbol del conocimiento del bien y del mal. Hay en su naturaleza una inclinación hacia el mal, una fuerza que solo, sin ayuda, él no podría resistir.
Para hacer frente a esa fuerza, para alcanzar el ideal que en lo más íntimo de su alma reconoce como única cosa digna, puede encontrar ayuda en un solo poder.
Ese poder es Cristo. La mayor necesidad del hombre es cooperar con ese poder...
Cristo figura como representante del Padre, como eslabón de unión entre Dios y el hombre; Él es el gran Maestro de la humanidad, y dispuso que los hombres y mujeres fuesen representantes suyos. -La educación, págs. 28, 29, 33. RJ98/EGW/MHP 99
AUDIO. https://www.youtube.com/watch?v=vDWTB5j1MA0&list=PLtrFh-HO7ogCEh9XT9hiYgr7lRPj0RMz1&index=2&pp=sAQB
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