Buscad a Jehová
todos los humildes de la tierra, los que pusisteis por obra su juicio; buscad
justicia, buscad mansedumbre; quizás seréis guardados en el día del enojo de
Jehová. (Sofonías 2:3).
Los que sintieron su necesidad de Cristo, los que lloraban por causa del pecado y aprendieron de Cristo en la escuela de la aflicción, adquirirán mansedumbre del Maestro divino...
La declaración que se hizo de Moisés por inspiración del Espíritu
Santo, de que fue el hombre más manso de la tierra, no habría sido considerada como un elogio entre las gentes de su
tiempo; más bien habría excitado su compasión o su desprecio.
Pero Jesús incluye la mansedumbre entre los requisitos principales para entrar en su reino. En su vida y carácter se reveló la belleza divina de esta gracia preciosa...
Consintió en pasar por todas las experiencias humildes de la
vida y en andar entre los hijos de los hombres, no como un rey que
exigiera homenaje, sino como quien tenía por misión
servir a los demás.
No había en su conducta mancha de fanatismo intolerante ni de austeridad indiferente. El "Redentor del mundo era de una naturaleza muy superior a la de un ángel, pero unidas, a su majestad divina, había mansedumbre y humildad que atraían a todos a Él.
Jesús se vació a sí
mismo, y en todo lo que hizo jamás se manifestó el yo. Todo lo
sometió a la voluntad de su Padre. Al acercarse el final de su
misión en la tierra, pudo decir: "Yo te
he glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que hiciese" (Juan
17:4)...
Es El Amor A Uno Mismo lo que destruye nuestra paz. Mientas viva el yo, estaremos siempre dispuestos a protegerlo contra los insultos y la
mortificación; pero cuando hayamos muerto al yo y nuestra vida esté escondida con Cristo en Dios, no tomaremos a pecho los desdenes y desaires. Seremos sordos a los vituperios y ciegos al escarnio y al ultraje. "El amor es sufrido, es benigno" (1 Corintios 13:4)...
La Felicidad, derivada de
fuentes mundanales es tan mudable como la
pueden hacer las circunstancias variables; pero la paz de Cristo es constante, permanente.
No depende de las circunstancias de la vida, ni de la cantidad de bienes materiales ni del número de amigos que se tenga en esta tierra. Cristo es la fuente de agua viva, y la felicidad que proviene de Él no puede agotarse jamás.
La mansedumbre de Cristo manifestada en el hogar hará felices a los miembros de la familia; no incita a los altercados, no responde con ira, sino que calma el mal humor y difunde una amabilidad que sienten todos los que están dentro de su círculo... Dondequiera que se la abrigue, hace de las familias de la tierra una parte de la gran familia celestial.
El discurso maestro de Jesucristo, págs. 17-19. RJ255/EGW/MHP 256
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