Jehová
está lejos de los impíos; pero él oye la oración de los justos. (Proverbios 15:29).
Nosotros mismos debemos todo a la abundante gracia de Dios. La gracia en el pacto ordenó nuestra adopción. La gracia en el Salvador efectuó nuestra redención, nuestra regeneración y nuestra exaltación a ser coherederos con Cristo. Sea revelada esta gracia a otros.
No
demos al
que yerra ocasión de desanimarse. No permitamos que
haya una dureza farisaica que haga daño a nuestro hermano.
No se levante en la mente o el corazón un
amargo
desprecio. No se manifieste en
la voz
un dejo de escarnio. Si hablas
una palabra tuya,
si adoptas una actitud de indiferencia, o muestras sospecha o desconfianza, esto
puede provocar
la ruina de un alma.
El que yerra
necesita un hermano que posea el corazón del
Hermano Mayor, lleno de
simpatía para tocar su
corazón humano. Sienta él el fuerte apretón de
una mano
de simpatía, y oiga el susurro: oremos. Dios les dará a ambos una
rica: experiencia.
La oración nos une mutuamente y con Dios. La
oración trae a Jesús
a nuestro lado, y da al alma desfalleciente y perpleja nueva
energía
para vencer al mundo, a la carne y al demonio. La oración
aparta
los ataques de Satanás.
Cuando uno se aparta de las imperfecciones humanas para contemplar a Jesús, se realiza
en el carácter una
transformación divina.
El Espíritu de
Cristo, al trabajar en el corazón, lo conforma a su
imagen. Entonces sea el esfuerzo de ustedes ensalzar a Jesús. Diríjanse los ojos de la mente al "Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo" (Juan 1:29).
Y al
ocuparse en esta obra, recuerden
que "el que haga volver al pecador del error de
su camino, salvará
de muerte un alma, y
cubrirá multitud de pecados" (Santiago
5:20).
"Más si no perdonáis a
los hombres sus ofensas, tampoco
vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas" (Mateo
6:15). Nada puede
justificar un espíritu no
perdonador. El que no es misericordioso hacia otros, muestra que él mismo no es participante de la
gracia perdonadora de Dios.
En el perdón de
Dios el corazón del que yerra se acerca al gran Corazón de amor infinito. La corriente de compasión divino fluye al alma del pecador, y de él hacia las almas de los demás. La ternura y la misericordia que Cristo
ha revelado en su propia vida preciosa
se verán en los que
llegan a ser participantes de su gracia...
No somos perdonados porque perdonamos, sino como perdonamos. La base de todo el perdón se encuentra en el amor
inmerecido de Dios; pero por nuestra
actitud hacia otros mostramos si
hemos hecho nuestro ese amor.
Palabras de vida del
gran Maestro, págs. 195-197. RJ267/EGW/MHP 268
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