Y
dijo: En verdad os digo, que esta viuda pobre echó más que todos. (Lucas 21:3).
La viuda pobre que echó dos blancas en la tesorería del Señor, mostró amor, fe y benevolencia. Dio todo lo que tenía, confiándose al cuidado de Dios para el incierto futuro. Nuestro Salvador manifestó que su pequeña dádiva fue la mayor que aquel día entró en la tesorería. Su precio fue medido no por el valor de la moneda, sino por la pureza del motivo que la impulsaba.
La
bendición de Dios, sobre la sincera ofrenda la ha transformado en fuente de grandes resultados.
La
blanca de la viuda ha
sido como una
minúscula corriente que fluye a través de las edades, ensanchando y profundizando su cauce, y
que contribuye en miles
de direcciones a la extensión de la verdad y al alivio de los necesitados.
La influencia de aquella pequeña dádiva ha
actuado y reaccionado
sobre miles de corazones en cada época y en cada país. Como
resultado,
innumerables dádivas han fluido a la tesorería del Señor de
parte de
pobres dadivosos y abnegados.
Y más, el ejemplo de la viuda ha estimulado a
las buenas obras a miles que viven con holgura, que son egoístas y que dudan, y sus dones también han ido a engrosar el valor de la ofrenda de ella.
La generosidad es un deber
que no debe ser descuidado por ningún motivo, pero que no acaricie el rico o el pobre ni por un
momento el pensamiento de que sus
ofrendas a Dios pueden servir de expiación para sus defectos de carácter cristiano.
Dice el gran
apóstol: "Si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve".
Asimismo, Presenta
Los Frutos Del Verdadero Amor: "El amor es sufrido, es benigno; el
amor no tiene
envidia, el amor no es jactancioso, no se
envanece, no hace nada indebido, no
busca lo suyo,
no se irrita, no guarda rencor, no se goza de la injusticia, más
se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El
amor nunca deja de ser"
(1 Corintios 13:3-8).
Si
queremos ser aceptados como seguidores de Cristo, debemos poner de manifiesto los
frutos de su
Espíritu; pues nuestro Salvador mismo declara: "Por sus frutos los
conoceréis" (Mateo 7:16).
El Señor pide
nuestros dones y ofrendas para cultivar un espíritu de benevolencia en
nosotros. Él no depende de los medios de los hombres para sostener su causa.
El declara por
el profeta: "Mía es toda
bestia del bosque, y los millares de animales en los collados. Conozco a todas las aves de los montes, y todo lo que se mueve en los
campos me pertenece... Porque mío es el mundo
y su plenitud" (Salmo 50:10-12). Signs
of the Times, 21 de enero de 1886. RJ260/EGW/MHP 261
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