¡Ay
del mundo por los tropiezos! porque es necesario que vengan los tropiezos, pero
¡ay de aquel hombre por quien viene el tropiezo! (Mateo 18:7).
Las palabras de reproche reaccionan contra nuestra propia alma. El adiestramiento de la lengua debiera
comenzar con nuestra propia personalidad. No hablemos
mal de nadie.
"Por
tanto, si tu mano o tu pie te es ocasión de
caer, córtalo y échalo de ti; mejor te es entrar en la vida cojo o manco, que teniendo dos manos o dos pies ser echado en el fuego eterno" (Mateo 18:8).
Puede
haber ciertas cosas equivocadas que apreciamos tanto como apreciamos un pie o una mano. Estas
cosas han de ser sacadas de nosotros para siempre. Nunca sean nuestras ideas peculiares, no
santificadas, impuestas sobre los demás...
Hay una gran
obra que ha de hacerse entre los miembros
de iglesia. Muchos que no
son llamados a entrar en el
ministerio público pueden hacer
mucho bien en su iglesia local, al hablar
sabiamente con sus labios.
El
talento del habla debiera ser usado para glorificar a Dios. Demasiado
a menudo es usado para transmitir malos informes.
Esto agravia al Espíritu
Santo. Recordemos que tenemos
un Salvador que nos ha
ofrecido acercarnos a Él con todas nuestras
cargas. Él nos dará paz de mente, y también
conciliará lo que nos
parece tan lleno de enmarañadas dificultades. "Venid a mí ruega, todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar" (Mateo 11:28).
Quienes se han
deleitado en palabras de queja y crítica... han de comprometerse, de aquí en adelante, que
con la ayuda del Señor no hablarán
mal de sus hermanos y hermanas, sino que entregarán todo a Dios en oración, y seguirán la instrucción que Él ha dado acerca
de señalar las
equivocaciones en nuestros compañeros.
En
su conducta diaria, cada miembro de iglesia puede
ser tan ejemplar, tan prudente y cuidadoso en el hablar, tan
bondadoso y compasivo, que todos sabrán que teme y ama a Dios. Tal hombre tendrá una influencia para
el bien por sobre todos sus asociados.
Somos falibles, y hemos
errado muchas veces. Volvamos al
Señor con arrepentimiento y confesión.
Cuando nos
reunamos para celebrar los ritos de la Cena
del Señor, transformemos cada mal en
bien, hasta donde esté en nuestro poder.
Cuando se
arrodille delante de un
hermano para lavar sus pies, pregúntese a sí
mismo:" ¿Tengo algo en mi corazón que me separe de este hermano?"
"¿He dicho o hecho algo que nos aparte?"
Si es así, llévelo aparte y confiésele de corazón su pecado. Así un corazón será cementado al otro, y la bendición de Dios será manifestada.
Manuscrito 102, de 1904. RJ275/EGW/MHP 276
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