Volvimos, pues, y subimos camino de Basán, y nos salió al encuentro Og rey de Basán para
pelear, él y todo su pueblo,
en Edrei. Y me dijo
Jehová: No tengas temor de él, porque en tu mano he entregdo a él y a todo su
pueblo, con su tierra; y harás
con él como hiciste con Sehón rey amorreo, que habitaba en Hesbón. Y Jehová nuestro Dios entregó también en nuestra mano a Og
rey de Basán, y a
todo su pueblo, al cual
derrotamos hasta acabar con todos. (Deuteronomio 3:1-3).
Ante
ellos se extendía el reino de
Basán, poderoso y muy poblado, lleno de ciudades de piedra que
hasta hoy inspiran asombro al mundo... Las casas se habían construido con enormes piedras negras, de dimensiones tan
estupendas que hacían los edificios absolutamente inexpugnables para
cualquier ejército que en
aquellos tiempos los pudiera atacar. Era
un país lleno de cavernas salvajes, altos precipicios, simas abiertas
y rocas escarpadas.
Los
habitantes de esa tierra, descendientes de una raza de gigantes, eran ellos mismos de fuerza y
tamaño asombrosos, y tanto se distinguían por su violencia y
su crueldad, que aterrorizaban a las
naciones circunvecinas; mientras que
Og, rey del país, se destacaba por su
tamaño y sus proezas, aun en una nación de
gigantes.
Pero la columna
de nube avanzaba y, guiados
por ella, los ejércitos hebreos llegaron hasta Edrei, donde los esperaba el gigante con sus ejércitos.
Og
había escogido hábilmente el sitio de la batalla. La
ciudad de Edrei estaba situada en la orilla de una meseta cubierta
de rocas volcánicas y desgarradas que se levantaba abruptamente de la planicie. Sólo
podía llegarse a la ciudad por desfiladeros angostos y escarpados...
Cuando los
hebreos miraron la forma alta de aquel
gigante de gigantes que
sobrepasaba a los soldados de su
ejército, cuando
vieron los ejércitos que lo
rodeaban y divisaron la fortaleza aparentemente
inexpugnable, detrás de la
cual miles de soldados
invisibles estaban atrincherados, muchos corazones de
Israel temblaron de miedo.
Pero Moisés estaba
sereno y firme; el Señor había
dicho con respecto al rey de Basán: "No tengas temor de él, porque en
tu mano he entregado a él y a todo su pueblo,
con su tierra: y harás con él como hiciste con Sehón rey amorreo, que habitaba
en Hesbón" (Deuteronomio 3:2).
La fe serena de su jefe inspiraba al pueblo a tener confianza en Dios. Lo entregaron todo a su brazo omnipotente, y El no les falló. Ni los poderosos gigantes, ni las ciudades amuralladas, ni
tampoco los ejércitos armados y las fortalezas escarpadas podían
subsistir ante
el Capitán de la hueste de Jehová. El Señor conducía al
ejército; el Señor
desconcertó al enemigo; y obtuvo la victoria para Israel. El gigantesco rey y su ejército fueron
destruidos; y los israelitas no tardaron
en poseer toda la región... Los
ejércitos de Basán habían cedido ante el poder misterioso que encerraba la
columna de nube. Patriarcas y
profetas, págs. 463-465, 467.
Las dificultades
de aspecto tan formidable, que llenan el alma de ustedes
de espanto, se desvanecerán a medida
que, confiando
humildemente en Dios, avancen por el
sendero de la obediencia. lbíd., pág.
466. RJ320/EGW/MHP 321
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