Después oí la voz del Señor, que decía: ¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros? Entonces respondí yo: Heme aquí,
envíame a mí. (Isaías 6:8).
En el año en que
murió el rey Uzías, se le concedió una visión
a Isaías en la que contempló el Lugar Santo y el Lugar Santísimo del
Santuario celestial.
Las cortinas
interiores del Santuario estaban
abiertas, y ante su mirada se reveló un trono sublime y
exaltado que se elevaba
como hasta los mismos cielos. Una gloria indescriptible emanaba del que estaba en el trono y su séquito llenaba
el templo como su gloria llenará
finalmente la tierra.
A cada lado del trono de la
misericordia se encontraban querubines... y brillaban con la
gloria que los envolvía de la presencia de
Dios... Estos seres
santos cantaban alabanzas y tributaban
gloria a Dios con labios no
manchados por el pecado.
El
Contraste entre la débil alabanza que acostumbraba tributar al Creador y las fervientes alabanzas de los serafines, asombró y humilló al profeta.
Tuvo En Ese
Momento El Sublime Privilegio de apreciar la pureza
inmaculada del glorioso
carácter de Jehová... A la luz de este brillo incomparable que
hizo, Manifestó, todo lo que pudo soportar de
la revelación del carácter divino, estaba ante el profeta su propia contaminación interior con
sorprendente claridad. Incluso
sus propias palabras le parecieron viles.
Por Eso,
Cuando Al Siervo De Dios Se Le Permite Contemplar La Gloria Del Dios Del Cielo al
revelarse a la humanidad, y comprende
en mínimo grado la pureza del Santo de Israel, No Se Envanecerá por su propia santidad sino que hará sorprendentes confesiones de la contaminación
de su propia alma. Con profunda
humildad, Isaías exclamó: "¡Ay de mí!
que soy muerto; porque siendo hombre inmundo... han visto mis ojos al
Rey" (Isaías 6:5).
Esta no es la
humildad voluntaria y el
autorreproche servil que algunos
despliegan como virtud. Esta vaga
imitación de humildad es impulsada por
corazones llenos de orgullo y de autoestima.
Hay
muchos que se menosprecian a sí mismos con palabras, pero
que se sentirían defraudados si esta actitud no provocara palabras de aprecio y
de alabanza hacia
ellos de parte de los demás.
Pero la
convicción del profeta era genuina... ¿Cómo podría ir
y anunciar al pueblo las santas demandas de Jehová?
Mientras Isaías se
estremecía conmovido a causa de su
impureza ante la
incomparable gloria, dice: "Y voló hacia mí uno de los serafines, teniendo en su
mano un carbón encendido, tomado del altar
con unas tenazas; y tocando con él
sobre mi boca, dijo: He aquí que
esto tocó tus labios, y es quitada tu culpa, y limpio tu pecado. Después oí la voz del
Señor, que decía: ¿A
quién enviaré, y quién irá
por nosotros? Entonces respondí yo: Heme aquí, envíame a
mí" (Isaías 6:6-8). Review and
Herald, 16 de octubre de 1888. RJ330/EGW/MHP 331
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