Las aldeas quedaron abandonadas en Israel, habían
decaído, Hasta que yo Débora me levanté, Me levanté como madre en Israel. Cuando escogían nuevos
dioses, La guerra
estaba a las puertas; ¿Se
veía escudo o lanza Entre cuarenta mil en Israel? (Jueces 5:7,8).
Durante
cuarenta años los israelitas gimieron bajo el yugo opresor; luego
se volvieron de la idolatría y con
humillación y arrepentimiento le
pidieron al Señor que los librara. No llamaron en
vano.
Moraba en
Israel una mujer famosa por su piedad, y por medio de
ella Dios escogió liberar a su pueblo. Su nombre era Débora. Se la conocía como profetisa, y en ausencia de los
magistrados comunes el pueblo la
buscaba para que los aconsejara e hiciera justicia.
El Señor
comunicó a Débora su propósito de destruir a los enemigos de Israel, la invitó a que buscara a un hombre
llamado Barac... y le hiciera
saber las instrucciones que ella había recibido. Fue así que ella buscó a Barac y le indicó que reuniera a diez mil hombres de las tribus de
Neftalí y Zabulón e hiciera
guerra contra los ejércitos del rey Jabín.
Barac
sabía que los hebreos estaban dispersos, abatidos y desarmados, como conocía también la
fuerza y la capacidad de sus enemigos.
Si bien él había sido
el único escogido y designado por
el Señor mismo para librar a Israel, y había recibido la seguridad de que Dios
lo acompañaría y de que
vencería a sus enemigos, aún continuaba
siendo tímido y desconfiado.
Aceptó el mensaje de Débora como
palabra de Dios, pero era
poco lo que confiaba en Israel y temía que el pueblo no obedeciera su llamamiento. Sólo
aceptó ocuparse
de tan dudoso intento si Débora lo acompañaba, para apoyar sus esfuerzos con
su influencia y
consejo...
Barac
comandaba ahora un ejército de diez
mil hombres y se dirigía
hacia el monte Tabor cumpliendo la orden del Señor.
Sísara reunió inmediatamente un
ejército innumerable y bien equipado, con el que esperaba rodear a los hebreos y hacer presa
fácil de ellos.
Los
israelitas... miraron aterrorizados a las numerosas
legiones que se extendían abajo, en la planicie, pertrechadas con todos
los implementos bélicos... Cuchillos semejantes a
guadañas fueron
fijados a los ejes de los carros, para que al ser éstos conducidos en medio de la cerrada formación enemiga los segara como a trigo.
Los
israelitas se habían ubicado en una posición ventajosa en las montañas, esperando
la oportunidad favorable para el ataque. Alentado por la seguridad que le dio Débora de que en ese día obtendrían una victoria
significativa, Barac condujo a
su ejército hacia la abierta
planicie y atacó audazmente
al enemigo.
El Dios de los ejércitos luchó a favor de Israel, y ni la capacidad bélica ni la superioridad numérica ni el equipo que poseían pudieron soportar el ataque. Las huestes de Sísara fueron presas del pánico... Sólo Dios pudo haber derrotado al enemigo, y la victoria sólo podía adjudicarse a Él.
Signs of the
Times, 16 de junio de 1881. RJ321/EGW/MHP 322
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