Y reinó David sobre todo Israel; y David administraba justicia y equidad a todo su pueblo. (2 Samuel 8:15).
A pocos kilómetros al sur de Jerusalén, "la ciudad del gran Rey" (Salmo 48:2), está Belén donde nació David, el hijo de Isaí, más de mil años antes que el Niño Jesús hallara su cuna en el establo, y fuera adorado por los magos del oriente. Siglos antes del advenimiento del Salvador, David, en el vigor de la adolescencia, cuidó sus rebaños mientras pacían en las colinas que rodean a Belén.
El sencillo pastor entonaba los himnos que él mismo componía y con la música de su arpa acompañaba dulcemente la melodía de su voz fresca y juvenil. El Señor había escogido a David, y lo estaba preparando, en su vida solitaria con sus rebaños, para la obra que se proponía confiarle en los años venideros. Patriarcas y profetas, pág. 691.
David estuvo en su juventud íntimamente relacionado con Saúl, y su permanencia en la corte y su contacto con los miembros de la casa del rey le
permitieron
descubrir la naturaleza de los cuidados, las
penas y las
perplejidades ocultas bajo el brillo y la
pompa de la realeza.
Vio de cuán poco valor es
la gloria humana
para dar paz al alma, y sintió alivio y alegría al regresar de la corte del rey para cuidar los rebaños. Cuando, a causa de los celos de Saúl, tuvo que huir al desierto, David, aislado de todo sostén humano, se apoyó más fuertemente en Dios.
La
incertidumbre y la inquietud
de la vida del desierto, su incesante peligro, la
necesidad
de huir con frecuencia, el carácter de los hombres que se le unieron
allí, "todos los
afligidos, y todo el que estaba endeudado, y todos los que se hallaban en amargura
de espíritu" (1 Samuel 22:2), hacían más necesaria aún la severa disciplina propia. Estas vicisitudes despertaron y desarrollaron en
él la facultad de tratar con los hombres, la simpatía por los oprimidos y
el odio a la
injusticia.
En
los años de espera y peligro, David aprendió a buscar en Dios su
consuelo, su
sostén, su vida. Aprendió que solamente por medio del
poder de Dios podría llegar al trono; solamente por medio de la sabiduría divina podría gobernar sabiamente.
Mediante
la instrucción recibida
en la escuela de las dificultades y el dolor, David
pudo
merecer este juicio, aunque más tarde lo manchara su gran
pecado: 'Administraba justicia y equidad a todo su pueblo". La educación, pág. 152.
El amor que le
inspiraba, los dolores que le
oprimían, los triunfos que le
acompañaban, eran temas para su
pensamiento activo; y cuando contemplaba
el amor de Dios en todas sus
providencias de su vida, el corazón le latía
con adoración y gratitud más fervientes, su voz resonaba en una melodía más rica y más dulce;
su arpa era
arrebatada con un gozo más exaltado; y el pastorcillo procedía de
fuerza en fuerza, de sabiduría en
sabiduría; pues el Espíritu
del Señor lo acompañaba. Patriarcas y
profetas, pág. 695. RJ326/EGW/MHP 327
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