He peleado
la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás me está guardada la corona de justicia,
la cual me dará el Señor,
juez justo, en aquel día; y
no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida. (2Timoteo 4:7,8).
[Pablo] Este hombre de fe, tuvo también la visión de la escalera de Jacob, que representaba a Cristo, que ha unido la tierra con el cielo y al hombre finito con el infinito. Su Fe Se Fortaleció Al Recordar que los patriarcas y profetas habían confiado en Aquel que era su sostén y consuelo, y por quien estaban dando la vida. De esos santos que a través de los siglos dieron testimonio de su fe, recibió la seguridad de que Dios es fiel.
A sus compañeros de
apostolado, que para
predicar el Evangelio de Cristo salieron a enfrentar
el fanatismo religioso y las
supersticiones paganas, la persecución y el desprecio; a esos hombres que no les
dieron valor a sus propias vidas a fin de llevar
en alto la gloria de la cruz en medio del oscuro laberinto de la infidelidad; a esos hombres oyó dar testimonio acerca de Jesús como Hijo de Dios y Salvador del mundo.
Desde el
tormento, la estaca, el calabozo, y desde los escondrijos y cavernas de la
tierra, llegaba a sus oídos el
clamor de triunfo de los mártires.
Escuchó el
testimonio de las almas
fieles que, aunque desamparadas, afligidas y atormentadas, daban sin temor el solemne testimonio de su fe, diciendo: "Yo sé a quién he creído" (2
Timoteo 1:12).
Todos ellos, al entregar
así sus vidas por causa de su fe,
declararon al mundo entero que Aquel
en quien habían confiado es
capaz de salvar hasta lo sumo.
Rescatado por el sacrificio de Cristo, lavado de pecado por su sangre y revestido de su justicia, Pablo llevaba en sí mismo el testimonio de que su alma era
preciosa a la vista de su Redentor.
Su vida estaba oculta con Cristo en Dios, y él estaba convencido de que quien venció la muerte, es poderoso para guardar cuanto se le confíe. Su mente se aferraba de la promesa del Salvador: "Yo le resucitaré en el día postrero" (Juan 6:40). Sus pensamientos y esperanzas giraban en torno de la segunda venida de su Señor.
Y
al caer la espada del verdugo, y
al agolparse sobre el mártir las sombras de la muerte, su último pensamiento se proyecta hacia adelante, para unirse con el
primero que
surgirá en su mente en el instante del gran despertar: salir al encuentro del Autor de la vida, que le dará la bienvenida para que participe del gozo de los bienaventurados...
Como el sonido
de la trompeta, su voz ha vibrado
desde entonces a través de los
siglos, fortaleciendo con su
propio valor a millares de testigos de Cristo, y despertando en millares de
corazones afligidos el eco de su
triunfante gozo... "He peleado
la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me
dará el Señor... en aquel día".
-Los hechos de los apóstoles, págs. 422, 423. RJ368/EGW/MHP 369
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