Hermanos
míos, tomad como ejemplo de aflicción y de paciencia a los profetas que
hablaron en nombre del Señor. (Santiago 5:10).
Nadie, entre los hombres, fue
calumniado más
cruelmente que el Hijo del hombre. Se lo ridiculizó y escarneció a causa de
su obediencia inalterable a los principios
de la santa ley de Dios. Lo
odiaron sin razón.
Sin embargo, se mantuvo
sereno delante de sus enemigos, declaró que el oprobio es parte de la heredad del cristiano y aconsejó a sus seguidores que no temiesen las flechas de la malicia ni desfalleciesen bajo la persecución.
Aunque la calumnia puede ennegrecer el nombre, no puede
manchar el carácter. Este es guardado
por Dios. Mientras no
consintamos en pecar, no hay poder
humano o satánico que pueda dejar una
mancha en el alma.
El
hombre cuyo corazón se apoya en Dios es, en la hora de la pruebas más
aflictivas y
en las circunstancias más desalentadoras, exactamente el mismo que cuando se veía en la prosperidad, cuando parecía gozar de la luz y el favor de Dios.
Sus palabras, sus
motivos, sus hechos, pueden ser
desfigurados y falseados, pero no le
importa; para él están en juego otros intereses de mayor importancia. Como Moisés, se sostiene "como viendo al
Invisible" (Hebreos 11:27)...
En
todo tiempo los mensajeros elegidos de Dios fueron
víctimas de insultos y persecución; no
obstante, el conocimiento de Dios se difundió por
medio de sus aflicciones.
Cada
discípulo de Cristo debe ocupar un lugar en las filas para adelantar la misma obra, sabiendo que todo cuanto hagan los enemigos redundará en favor de la verdad.
El
propósito de Dios es que la verdad se ponga al frente para que llegue a ser tema de examen y discusión, a
pesar del desprecio que se le haga.
Tiene que
agitarse el espíritu del pueblo; todo
conflicto, todo vituperio, todo esfuerzo por limitar la libertad de conciencia son instrumentos de Dios para
despertar las mentes que de otra
manera dormirían.
¡Cuán
frecuentemente se ha visto este resultado en la historia de los mensajeros de
Dios!
Cuando
apedrearon al elocuente y noble Esteban por
instigación del Sanedrín, no hubo perdida para la causa del Evangelio. La luz del cielo que glorificó su rostro, la compasión divina que se expresó en su última
oración, llegaron a ser como
una flecha aguda de convicción para el miembro intolerante
del Sanedrín que lo observaba, y Saulo, el
fariseo perseguidor, se transformó en el instrumento escogido para llevar el nombre de
Cristo a los gentiles, a los reyes y al pueblo de Israel. El discurso maestro de Jesucristo, págs.
30-32. RJ358/EGW/MHP 359
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