Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová. (Isaías 55:8).
El obrero de
Dios a menudo considera
las actividades de la vida como esenciales para el
progreso de la obra. Se considera
a sí mismo como
necesario, y el yo se
entremezcla en todo lo que dice y hace.
Entonces Dios se
interpone, y conduce a su hijo lejos de lo
terrenal, de lo que atrapa
su atención, para que pueda contemplar la gloria
de Dios.
El Señor dice: "Esta pobre alma me ha perdido de vista a mí y a mi suficiencia. Sus ojos no están puestos en su Señor. Debo derramar mi luz y mi poder
vigorizador en su corazón, y así capacitarla para trabajar en el curso de acción correcto. Al ungir sus ojos con el
colirio celestial lo prepararé para
recibir la verdad".
El
Señor considera necesario fortalecer el alma contra la suficiencia y
la dependencia propias, con el propósito de que el obrero no mire sus fallas como virtudes y
de este modo se arruine por la exaltación propia.
A veces, el
Señor se abre paso hacia el alma mediante un proceso que es penoso para la
humanidad; la obra de la
purificación es una gran obra, y siempre demandará del hombre sufrimiento y prueba.
Pero él debe pasar por
el horno de la prueba hasta que las llamas hayan consumido la escoria, y
finalmente pueda reflejar la imagen divina.
Quienes siguen sus propias inclinaciones no
son buenos jueces de lo que el Señor está haciendo, y
están henchidos de descontento. Ven fracaso donde hay triunfo, y
pérdida donde hay ganancia.
Como Jacob, están
listos a exclamar: "Contra mí son todas
estas cosas" (Génesis 42:36), cuando en
realidad aquellas cosas por las que
se quejan están operando para bien de ellos. "Porque mis pensamientos no son
vuestros pensamientos, ni vuestros
caminos mis caminos"...
Consideremos por
un momento la experiencia de Pablo. El apóstol fue
encarcelado y encadenado en el momento en que
parecía que su labor era más
necesaria para fortalecer la sufrida
y perseguida iglesia. Pero
éste fue el momento en que el
Señor obró y las victorias que ganó fueron preciosas.
Cuando en
apariencia Pablo podía hacer menos, la verdad encontró entrada
en el palacio real. No fueron los sermones magistrales de Pablo delante de estos hombres notables, sino
sus cadenas lo que llamó la
atención de ellos.
Mediante su
cautiverio el apóstol se transformó en un
conquistador para Cristo. La paciencia y
la humildad con las que él se sometió a su prolongado e injusto
confinamiento impulsaron a estos hombres a pesar el carácter del apóstol.
Al enviar su último mensaje a sus amados en la fe, Pablo une a sus
palabras los saludos de los santos de la casa de César, dirigidos a los santos de las
otras ciudades. Signs of the
Times, 21 de febrero de 1900. RJ350/EGW/MHP 351
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