Amados,
no os sorprendáis del fuego de prueba que os ha sobrevenido, como si alguna cosa extraña
os aconteciese, sino
gozaos por cuanto
sois participantes de los padecimientos de Cristo, para que también en la revelación de su
gloria os gocéis con gran alegría. (1Pedro 4:12,13).
Al Contemplar Con Visión
Profética los tiempos peligrosos en los cuales
estaba por entrar la iglesia de Dios, el apóstol recomendó a los
creyentes que afrontaran con firmeza las pruebas y los
sufrimientos. Amados
-escribió-, no os sorprendáis del fuego de prueba que os ha sobrevenido, como
si alguna cosa extraña os aconteciese".
Las
pruebas constituyen parte de la educación que
se da en la escuela de Cristo para
purificar a los hijos de Dios de la escoria
terrenal. Precisamente porque Dios está dirigiendo a sus hijos, pasan por circunstancias apremiantes.
Las pruebas
y los obstáculos
constituyen los métodos elegidos por El para disciplinarlos, y la condición señalada por El también para lograr el éxito. El que lee el corazón de los
hombres, conoce sus
debilidades mejor que ellos mismos.
Ve
que algunos tienen cualidades que, correctamente
orientadas, pueden
ser usadas para el progreso de su obra.
En su providencia, pone a esas almas en
diferentes
situaciones y diversas circunstancias, para que puedan descubrir los defectos que
ellos
mismos
ignoran.
Les da la
oportunidad de vencer esos defectos y prepararse para
servir. A menudo, para
purificarlos, permite que
se enciendan los fuegos de la aflicción.
El
cuidado de Dios por su herencia es constante. No permite que sobrevenga aflicción alguna a sus hijos fuera
de las indispensables para su bienestar presente y eterno.
Purificará su
iglesia así como Cristo purificó el templo
durante su ministerio terrenal. Todas las
pruebas y aflicciones que el Señor permite que recaigan sobre su pueblo, son para que logre una piedad más profunda y tenga mayor fortaleza para
proclamar los triunfos de
la cruz.
EN cierto momento de su experiencia, Pedro no estaba dispuesto a aceptar la cruz en la obra de Cristo. Cuando el Salvador comunico a sus discípulos la inminencia de sus sufrimientos y muerte, Pedro exclamó: "Señor, ten compasión de ti; en ninguna manera esto te acontezca" (Mateo 16:22). La compasión propia, que lo inducía a evitar el seguir a Cristo en el sufrimiento, motivó su reconvención.
Lentamente aprendió
este discípulo la amarga
lección de que la senda de Cristo en la tierra pasaba por la agonía y la
humillación. Tuvo que
aprenderla en medio del horno de fuego.
Ahora, con su
cuerpo una vez activo agobiado por el peso
de los años y el cansancio,
pudo escribir: "Amados, no os
sorprendáis del fuego de prueba que os ha
sobrevenido... Sino gozaos por cuanto sois
participantes de los
padecimientos de Cristo, para que también en la revelación de su gloria os gocéis con gran alegría". -Los hechos de los apóstoles, págs. 432, 433. RJ354/EGW/MHP
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